Cansada Laurita a sus 37 tacos de estar cansada de su mediocridad, una luminosa mañana de sábado, sin dudarlo un instante, decidió pegar un “peaso de cambio de look”. Buscaba, imagino, despacharse de una vida monótona, tibia y desangelada, cuya única pasión era la de imaginarse viviendo una vida que no era la suya. Llevaba demasiado tiempo recreándose con escaparates de ciertas tiendas de moda prohibitivas para ella hasta ese momento, demasiado tiempo tragándose los programas esos de “mamones por el mundo”, que ella misma llamaba y que tanta envidia insana le producían, y demasiado tiempo de melena morena que ya a nadie llamaba la atención.
“¿Que te hago?”, le preguntó la joven y entusiasta peluquera que acababa de terminar su módulo de F.P. de peluquería.” Lo que tu veas, quiero cambiar de imagen…”, respondió seria y decidida mirándose al espejo, como despidiéndose de ella misma. “¿Lo que yo vea?, po venga…”, respondió la peluquera pearcing en ceja y muy predispuesta, vamos mu echá palante. Como era de suponer la cosa se desmelenó, las dos se desmelenaron quiero decir. La peluquera podó aquel antiguo peinado casi de una vez a tijeretazo limpio, componiendo la música principal del local con traqueteo de tijera, con ímpetu y una seguridad envidiable, en busca según ella del estilo “ejecutiva de la city con un aire rock”. El resultado fue espléndido, “me encanta, me has quitado unos años de encima, Vane” fueron las palabras de Laurita, tras conocerse de nuevo en aquel espejo que todo lo contemplaba.
Hecho añicos todos los tabúes que la bañaban desde hacía años, y ya con su pelo corto “ejecutiva de la city con un aire rock”, asaltó la tienda de moda prohibitiva hasta esa mañana. Estampados étnicos, moda naturalista-safari, ropa informal de inspiración tibetana toma ya, años 50 trascendido al XXI, y toda una serie de “mezclas con arte”, poseyeron a Laurita, de 37 tacos que querían ser 37 tacos modernos de ahora y bien llevados.
Esa noche quedó animada con los amigos, que más que amigos eran compañeros de trabajo, pelmazos con los que de vez en cuando salía de safari, por no hacerles el feo siempre. Estrenaba pantalón, camisa y zapatos, y por su puesto su pelo corto de “ejecutiva de la city con un aire rock”. Toda su vestimenta menos el pañuelo, que pese a no ser chic combinada bien, eran de estreno. Una nueva mujer estaba dispuesta a comerse el mundo, Laura (que ya no Laurita), y una vida vibrante le esperaba mientras ella esperaba confiada a sus amigos en la puerta del bar donde habían quedado.
El primero en llegar fue Antonio, y a Laura le sorprendió no verlo llegar con su mujer. “Dos besos Antonio, ¿qué pasa? ¿Y tu mujer, no viene?”, dijo Laura con falsa naturalidad, como si tal cosa, y en realidad esperando el comentario jocoso de Antonio, su compañero de trabajo, que se antojaba irremediable. Antes de los dos besos Antonio empieza a vociferar, casi a carcajadas: “¡¡No me jodas Laurita, no me jodas!!...,¡¡vaya tela, vaya tela!!...me cachi en la má salá, ¿cómo sois las mujeres?…anda que…ahí viene mi mujer…anda ahí viene…”. Y Laurita volvió a ser la de 37 tacos pesados y mediocres cuando de lejos vió a la mujer de Antonio que llegaba, y que lucía un pelo corto recién estrenado que si no era “el de ejecutiva de la city con aires de rock” era “el de ejecutiva de la city con aires de pop tirando a rock, o rock venío a menos”.
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