martes, 20 de marzo de 2012

LA CERVECITA

LA CERVECITA


 “Vaya tela”, me dije, ¡una citación del juzgado!...”ya me cogieron los malos”,  me dije un segundo después del “vaya tela”, pero no. Jueves  10 a las 10 de la mañana, en calidad de testigo se me cita,” joder”, y soy testigo de una tal Luisa Fernández, y está citado su padre, su hermano y su otra hermana que se llama Joaquina, según leo. Pienso, reseteo y me exprimo hasta disolverme  por saber quién puñeta es Luisa Fernández, su padre, su hermano y su otra hermana, que se llama Joaquina; concluyo con rotundidad después de mi leve e intenso reseteo: “ni puta idea”, serán “los Fernández de toda la vida”.
Y allí me planté yo, el jueves 10 a las 10, después de una mala noche entre los ruidos de mi subconsciencia, mi conciencia, la radio  y los Fernández de toda la vida, que seguía sin deducir quiénes eran.   Y allí estaban ellos en la puerta del juzgado nº 1, los Fernández que desconocía, todo un clan,  que parecían ir de boda según sus atuendos, pero que se mostraban algo nerviosos, como yo lo estaba. Todos mu requetebien peinaos, eso sí,  y oliendo a mares  revueltos de colonias, lacas, aguas de colonias, perfumes, desodorantes, y no sé que más aguas de dichosos mares, que según se movía uno, le penetraban implacablemente.
El caso es, el que me trajo allí a mí, junto a otras doce personas más, que yo, que repartía panfletos publicitarios por los buzones de los  pisos de los bloques de los barrios que me ordenaba la empresa donde trabajaba, yo, creo o quiero recordarlo, hace tres años le di mi número de DNI, tras ella requerírmelo ferozmente,  a una presidenta de una comunidad, Luisa Fernández, sin más. El tema era que la familia Fernández, Luisa concretamente, había demandado a sus vecinos del piso de arriba, la familia Granado, vamos a su hija mayor,  María, que no parecía la virgen precisamente y tampoco hacía honor a su apellido. Fue por tirarles un cubo de agua por el balcón en la cabeza, que según Luisa “nos puso a todos pipandito… mire usted”, y…que… “¡algo de lejía llevaba!”,-añadió improvisando- y por insultos “muy fuertes”, que habían afectado psícologimanete a toda la familia según palabras de su abogado. Insultos del tipo “de hijo puta pa rriba, su majestad…”, según palabras exactas del perfumado hermano de Luisa. El más clarividente y racional de los Granados, un hombre ya mayor que supongo sería el abuelo, en un arrebato de sinceridad y desatendiendo a su   abogado, por la cara que este puso, reconoció y testificó (honrando aquella frase que tenía tatuada a fuego en su  limpia conciencia de “con la verdá se va a tos laos”), que María, su nieta supongo, le tiró el cubo de agua: “sí señor, se lo tiró encima, pero solo a Luisa… a nadie más”, y argumentó el hecho, “es que esta mujer no quiere limpiar la entradita del bloque los lunes, que es cuando a ella le pertenece, señoría”.
Mi testimonio sirvió de poco, recordé que ese día hubo un alboroto algo mayor que el de todos los días en aquel portal de barrio, pero poco más. No sé ni cómo terminó el profundo asunto, pero recuerdo que salí del Palacio de Justicia con un sol radiante justo encima de mi coronilla, y recuerdo que me sentí en medio de una grata libertad y armonía, como la de un pájaro que revolotea entre ramas. Decidí tomarme una cervecita en el bar de la esquina, una cerveza bien fría que me devolviera a mi cotidianidad; y bien que la disfruté, eso sí lo recuerdo ahora perfectamente; estaba yo justito enfrente del medallón que representa las balanzas de la justicia.     

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