martes, 27 de marzo de 2012

"PASIÓN CON ALEGRÍA"


Todas las mañanas, toditas todas, se encontraba con la misma gente de camino al trabajo. Por cercanía iba caminando cada día a la oficina, cuestión que no valoraba lo más mínimo, inconsciente. Todos los laborales, toditos todos, se convertían durante diez minutos de paseo en el famoso “día de la marmota”, solo eso, diez minutos de paseo. Y cuatro personas sincronizadas casi al segundo  cruzaban sus vidas, sus caminos, en los mismos puntos casi exactos de la calle.
Nada más salir del oscuro portal del bloque tropezaba con Manolo “quillo qué”. Manolo era un quiosquero de barrio mugriento con su puestecito verde clavado justo frente a su portal. Lo de “quillo qué” es fácil de imaginar, estas eran las tres sílabas que sostenían con firmeza su diaria amistad. Una amistad ligera como un instante, pero apuesto, que podían defender ambos esta amistad ante el resto de la humanidad con eso de: “este es más amigo mío que un borrico…”.
Tras tomar cierto aire con los primeros pasos mañaneros, y comprobar que el mundo había girado esa noche igual que siempre, en la primera esquina de la calle aparecía fulminante su segundo personaje puntualmente, 8.10 a.m.  Era un anciano alto, con aires de otra época, siempre con una gabardina negra, un periódico en la izquierda y en la derecha un paraguas también negro. Daba igual que hiciese el día más reluciente del siglo, el paraguas y la gabardina no faltaban a la cita matutina. No parecía aficionado a seguir el parte meteorológico como la mayoría de viejetes, porque  “Jack” (como amigablemente lo bautizó)  no era para nada como la mayoría. Era “Jack” un “peaso tío”, de esos que miras y dices “joeyo de mayor quiero ser así”. Un tipo con mucha clase, podía ser en París un profesor de música para piano, en Londres historiador o bibliotecario y en Nueva York un alto magnate. ¿Y aquí?…,¿qué hacía “Jack” aquí?.
El tercer personaje sincronizado, no es un personaje en sí, era un coche. Un coche gris que al cruzar el segundo paso de peatones camino “Pasión Con Alegría”, siempre estaba a la espera del interminable rojo del semáforo que lo hacía detenerse desesperado cada día en ese mismo punto de la ciudad. De 8.15 a 8.17. Bautizado en primeras nupcias como “marengo” por eso del gris, derivó como derivan los motes con los días en un inexplicable e irracional “Diango” (como el inolvidable olvidado cantante de voz mafiosa cosa nostra). Finalmente pasó a ser “Diango cabrón…”, por aquello que siempre tocaba el pito justo antes de ponerse en verde el semáforo.
Pero el encuentro, el valioso, el que hacía que entrara por la oficina dando los buenos días como si todos los días fueran viernes, era el encuentro con ella. Era un segundo eterno del minuto 20 de las 8 de la mañana de cada día laboral. Era esa encrucijada la que le hacía ser tan puntual con el resto de personajes citados, con él mismo y con su propio trabajo. Ella era “ella”, sin apodo. Solo quiso titular su encuentro diario con “ella” como  “esquina Pasión con Alegría”, no porque así se llamasen las calles que formaban aquel ángulo recto, aquel coqueto rincón, sino por las sensaciones que esa droga esquina le proporcionaba cada mañana.
Así pasó un otoño cualquiera y medio invierno, “todos los días como el de ayer”, que diría “el Peña”. Hasta que una infeliz mañana la “esquina Pasión con Alegría” estaba desierta a las 8.20, sin ella. Y así pasaron los siguientes 2 meses, con “Manolo quillo qué”, el gran “Jack” y “Diango cabrón…”, pero sin ella. Hasta que un día cualquiera aceptó que “no hay pasión con alegría”, hasta hoy.

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