
Con la montera clavada en su corazón, recordó sus últimas tres semanas. Solo hacía eso, tres semanas desde que conocía a Rafael, pero algo dentro le decía que era él. Mientras el diestro bregaba con el astado, ella recordaba, con media sonrisa dibujada, cada una de las palabras que habían cruzado. Tres semanas. También las miradas sinceras y penetrantes como espadas. Tres semanas. Habían bastado tres semanas para que su corazón aniquilara de raíz los torpes consejos de los demás. Estaba enamorada, para qué negarlo, y era torero.
Cuando el espada se enfrentó a la suerte suprema, la muerte, ella cerró los ojos. Todas las ilusiones puestas. Pinchó, fue una pena. Pero antes de que con garbo torero Rafael fuese al nueve a por su montera, ella convencida, preciosa y joven mujer morena, escribió a bolígrafo dentro de la montera: “te quiero”. Le lanzó desde arriba la montera mensajera, pero Rafael aún sofocado sin trofeo, solo le dijo: “otra vez será”, y sin prestar atención a sus ojos iluminados, y sin leer el mensaje enamorado, se colocó la montera hasta las cejas. “Otra vez será”.
Turno del segundo toro para Rafael, quinto de la tarde. “Ilusiones” de nombre. Rafael se dirige al tres montera en mano, y de nuevo con su garbo torero brinda el toro esta vez a otra desconocida y preciosa y joven mujer morena, que abraza con ilusión apasionada la montera, tras leer el mensaje enamorado.
Ella desde el nueve, como en la suerte suprema, cerró los ojos.
Y EL ARTEEEEEEEEE..........
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