Me vino al recuerdo Joze Mari. Joze Mari tomaba café en el bar debajo de casa, un bar de jubilados, justo lo que él era. El primero lo tomaba a las 7.30, otro sobre las 10.00 y a las 13.15 el tercero de media jornada. Por la tarde a las 16.00 un manchadito descafeinado y el último sobre las 18.45. Todos siempre con sacarina. Le comían los nervios y el ansia. Cinco cafés al día, aunque alguna interminable mañana cambiaba el de las 13.15 por una cañita pelona. A Joze Mari, que le habían cortado el pienso desde que le subió el azúcar, el café que más le ponía de los nervios, era el de media mañana, el de las 10.00. Esa hora era antes, cuando curraba en la obra, su hora feliz. “Magreta-huevo, lomito con quezo, lomito con quezo y huevo, chorizo curaito y siempre quezo, filetito empanao con tomate frito, el tortillón cinco pizo zin acenzó y er campero…joe…, calamares en zu tinta (dos latas), atuncito con tomate (también dos latas), filetitos en zarza y hasta uno de zan jacobo…me cago en la má…”. Estos eran los pensamientos de Joze Mari justo a las 10.00 de cada mañana. Los compañeros de barra que cada día le amparaban solo escuchaban lógicamente lo único que pronunciaba, que exactamente era: “…joe…” y “...me cago en la má…”. Aquellos camaradas de café lo consolaban como cariñosamente se consuela a cualquiera en bares de barriada-polígono de elevada edad media: “joe Joze Mari!!!... vete par carajho cojhones…, tor día suspirando…”. Tenía magia esa frase, hasta que no la escuchaba, no tomaba un poco de aire su desánimo.
Su hora feliz era la del desayuno, claro está. Y aunque hablamos de hora feliz, Joze Mari me contaba que se trataban de 15 minutos (largos eso sí), llegando siempre justito al último buchito de cerveza, que no era el último buchito del día, claro está también. Él, casi todos los días, cargaba con un peazo chusco de pan envuelto en papel albal, y como su pensamiento refleja, la variedad de su interior era extensa, casi tanto como el propio peazo chusco pan, que ya es decir.
Su desayuno preferido, me confesó, era el bacaillo tortilla zinco pizo zin acenzó, ese era de papa-papa, de tortilla española sin más. Lo de cinco pisos sin ascensor me aclaró que era porque “hacía falta dos bocas pa meterle mano…”. La cervecita bien fría (siempre litro) ayudaba a digerir y dirigir a Joze Mari toda la jornada, que era siempre dura. Su segundo preciado y brutal manjar era su “bocaillo de calamares en su tinta (dos latas)”, que como todos los demás bocadillos le preparaba su mujer Antonia cada mañana. Joze Mari siempre preguntaba antes de salir de casa: “¿la echao dos latas Antonia?, …que miau trae mu poco…”, y su mujer, que sufría su buen apetito como nadie, le decía con inmensa humildad “zi Joze Mari, ziiii…”.
Buen tipo Joze Mari, pesadísimo en todos los sentidos, pero buen tipo. Solo me hablaba de los homenajes de desayuno que se pegaba cuando curraba. Empezó a contarme lo de sus desayunos cuando una mañana a las 10.00 lo escuché decir su clásica frase “…joe…me cago en la má…”, y le pregunté ingenuamente “¿qué le pasa a usted hombre?”. Solo esa pregunta y empezó a detallarme “los pajo bocaillo” que se endiñaba, que quiero dejar claro, se trataban de media barra.
Concluí, después de varias charlas con él, que ese hombre echaba de menos aquellos espléndidos romanos bocadillos de currante como a nada en el mundo. Más que el trabajo en sí, más que la perdida juventud, más que a nadie. Me equivoqué. En su velatorio, pobre Joze Mari, un vecino charlaba distendido contando que lo conoció tomando café en el bar de abajo de casa un día a las 13.15, tras escucharlo decir “la mare que parió un negro…” y que siempre le charlaba de ensaladillas, de papas ali-oli, de zangre en tomate, de boquerones en vinagre, de carne al toro, en zarza…y un largo etc. y que le contaba que llevaba al curre una mayúscula friambrera que le preparaba Antonia para esa hora, en la que ya solo tomaba café con sacarina.
Los médicos dijeron que murió de un repentino e inexplicable ataque al corazón. Solo yo y Antonia sabemos que se lo llevó el maldito veneno del “… yo me comería ahora…”, su droga. Tomaba cinco cafés al día.
grande!
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