martes, 8 de mayo de 2012

DE VUELTA Y MEDIA...

Creyó estar de vuelta y media de todo, y tenía razones de peso para pensarlo. Creyó que la vida era algo rutinario porque las suya ya estaba cocinada y porque sus estaciones se encendían y apagaban sin más misterio que el de la propia luz del sol. Se trataba ya de pasar página sin otra esperanza que vivir para seguir viviendo. Celestino López tenía 67 años y se puede decir que era todo lo  feliz que se había permitido serlo. Una vida sin sobresalto alguno, que hoy en día, ya la quisieran muchos. Su frase reflejo era “pa qué quiero má…”, que le servía de coletilla en casi todas sus ya intrascendentales conversaciones.
Pero lo cierto es que Celestino López tenía mucho guardado. Guardaba en el cajón desde los quince años un espíritu aventurero al que siempre tapó la boca por atender  sus obligaciones, que no eran otras que las de todo el mundo: trabajo, familia y trabajo (si quieren pueden cambiar el orden). Guardaba también un alma de seductor venío a menos, y aunque puretón ya, se le notaba hasta en los andares que en otro tiempo su estampa pudo ser de cine. Y guardaba Celestino López, con más recelo que ninguna otra cosa, un montón de billetes todos juntos amasados en el banco. Se puede afirmar que estaba forrado. Y se puede asegurar que sus más allegados, después del fallecimiento de su esposa, aunque “le querían mucho”, le ponían de vuelta y media porque no reía, porque no salía y principalmente porque no gastaba un duro.
No se sentía del todo sólo, pero cuando en aquella celebración familiar de primavera su mirada se cruzó con aquella cara de porcelana morena de Zenaida, supo que lo había estado profundamente durante años. Zenaida era una chica joven cubana, de ojos vivos como los corales del Caribe y de voz dulce como la caña,  que había empezado a trabajar de niñera en casa de su sobrino Luis.
Desde ese instante aquel  amor fue público, no se ocultaron. Notorio lo fue ya, a los dos meses desde aquel mismo instante, cuando ambos, que entre los dos no sumaban los 100 años, decidieron vivir las noches y los días bañados por el mar que cruzara Colón en busca de una nueva ruta. Quizás fuera ésta la última ruta para Celestino. “¿Quién sabe?”, se decía ahora sabiendo que la vida guardaba también sorpresas y sabiendo que no estaba tan de vuelta de todo.
No guardaba ahora Celestino. Y aunque reía, salía y principalmente gastaba, sus allegados seguían poniéndole de vuelta y media a ambos lados del océano. Sus “nuevos amigos” también le daban al palique por eso de la diferencia de edad. Aquel amor en blanco y negro pero multicolor, adulto y joven pero sincero, se había convertido en “palique preferido" de cualquier reunión familiar.
Celestino, tras nueve meses intensos en Trinidad, y ahora más solo que la una y con el corazón derramado de dolor, en el avión que le llevaba de vuelta a España reflexionó sobre los motivos que habían llevado a Zenaida a abandonarlo, o más bien sustituirlo repentinamente por aquel chaval moreno repartidor de periódicos (que no tenía donde caerse muerto). Concluyó que había motivos más que lógicos para ponerle de vuelta y media cuando llegara a España, pero se gravó en la piel con 67 años que aunque la vida da muchas vueltas nunca se está de vuelta en la vida. Y que de estar, mejor se está siempre de ida, aunque te pongan de vuelta y dos medias los que “te quieren” dar las vueltas.
Y en su asiento de ventanilla, sufriendo de amor como un quinceañero y volando sobre las nubes, soñó con el color perdido de los ojos de Zenaida, mezclados con el del atardecer del cielo que le esperaba por delante.     



  

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