jueves, 21 de junio de 2012

LA MAFIA. PARTE I. FRANK PENTANGELI (FRANKIE CINCO ANGELES)

foto de archivo: "reunión en la tienda"
Fue peor que recibir un disparo en el corazón, pero obligado por las caricias de la “polizia” y por mis circunstancias personales tuve que confesar mis raíces y mis conocimientos de “la cosa nostra”. A continucación muestro mi confesión, que realicé con extrema sutileza: mis conocimientos y relaciones con la familia Pentangeli y su padrino Frank Pentangeli, al que buscaban sin éxito desde 1919. Esto fue lo que conté:
Frank Pentangeli (Frankie Cinco Ángeles), como buen padrino, era una persona extremadamente humilde y cariñosa. Un hombre tan discreto como inteligente, tan cabal como querido, tan amigo y buena persona como asesino. Para mí siempre fue como un padre. Frankie siempre tenía la frase idónea en el momento preciso, y aunque era más bien reservado, siempre tuvo palabras consejeras para un pobre soldado como yo. Usaba de tapadera durante décadas una pequeña tienda de ropa que regentaba personalmente (aunque en los últimos tiempos recibía la ayuda de su hija mayor), y era en la tienda donde realmente se movían todos sus contactos nacionales e internacionales. Muchos eran los hilos que Frankie movía desde aquella pequeña tienda. Dependía de él todo el funcionamiento del puerto de Cádiz, el de Algeciras y  las entradas y venidas de la base de Rota, así como el blanqueo de "tolines" en Gibraltar. El contrabando de pescado en esteros de la city y las loterías clandestinas (los 4 tréboles) dependían en gran medida de su familia. Sin embargo Frank Cinco Ángeles siempre compraba temprano pescado fresco en la plaza y jugaba con riguroso control a las loterías y quinielas del estado cada viernes. Todo para despistar. En los últimos tiempos frecuentaba la nueva tienda un hombre bien vestido y extremadamente delgado con el que se decía tenía importantes negocios; nunca me dijo cual era su función, pero yo creo que era su último matón de confianza, pues le llamaban Pumby (por la eficacia de su revólver, según me contaron). Antes que saliera el sol y antes que todo un mundo se pusiera a funcionar, una maquinaria vasta y perfecta esperaba palabras cómplices de Frankie, que cada día solía departir con sobresaliente soltura.
En aquella humilde pero moderna tienda (la tienda antigua) conocí a sus más peligrosos soldados, matones que entregaban la vida por la familia Cinco Ángeles y que custodiaban cada hora a Frankie. Normalmente hacían recados para él, como “ir a por cambio” o comprar “pictolines” (que no faltaban en su mostrador). Recuerdo a uno de los hermanos Kubala, no recuerdo el nombre exacto (pero así se le llamaba), peligroso individuo de malas pulgas pero que en la compañía de Frankie se volvía dócil como un niño. En la tienda fue donde conocí a Narciso Trócola, uno de los hombres con menos escrúpulos y más peligrosos con un revolver en la mano que conozco. Nos hicimos íntimos Trócola y yo, un día le tuve que pegar una bofetada, pero le quería mucho.
Nuestras reuniones  entre jóvenes soldados y la familia Cinco Ángeles las solíamos mantener en el salón de su casa, cada tarde de domingo. Planeábamos la semana. Éramos cinco cuyos nombres no vienen al caso, solo hablaré de la familia Pentangeli. En aquellas reuniones solían estar su hijo menor Lucky y su peligroso primogénito al que llaman ahora Johnny. Frank Pentangeli se manejaba muy bien entre fuegos y cacerolas,  tanto casi como su dulce señora, a la que todos adorábamos inmensamente y que era ajena a los negocios de Frankie. La familia son cinco como he descrito, de ahí lo de Pentangeli (Cinco Ángeles). Ahora no sé absolutamente nada de ellos.  
Esta fue mi confesión. Ahora os puedo decir, que tengo con él una cita pendiente que deseo con infinita necesidad. La última vez que hablé con él me dijo:
 “Chico…eres un viejo…pero aún no sabes nada de la vida…”
Le expliqué a Frankie que mi confesión le serviría de poco a los carabinieri, pues ya conocían bien qué hacían los Pentangeli, y que aún no saben cómo se mueve la familia ni dónde está “la tienda”.
Aunque Frankie, me consta, desde siempre anda con la mosca detrás de la oreja, consciente de que algún día  “llegarán los tanques de Chechenia”, que suele decir en modo de clave.




 

martes, 19 de junio de 2012

PAZ, PIEDAD Y PERDÓN

Fue en domingo. Fue un último día de feria de San Antonio, fue un 17 de Junio. Sobre las 21.30 de la tarde cae una luz única e inigualable (una luz que tanto añora mi amigo, compañero y viajero Max). Era una luz que proyectaba paz. Se posó la luz, como digo, sobre los cuerpos de cientos de paisanos que se dirigían como hormiguitas al ferial. Lo hizo también sobre mi mente y sobre la puerta de un autobús que llegaba impaciente, denominado por la zona "canario", convirtiéndose de nuevo, con aquella luz, en un pájaro pardo como antaño.
De aquella puerta de autobús salió la gente con una felicidad a borbotones desbordada. Iban a la feria pese a todo. Era la vida y estaba la luz en todo. Yo que andaba despistado en aquella retorta, no tuve más remedio que quedarme con aquellas caras iluminadas, y especialmente me quedé con una pareja dispar, sin igual y feliz.
Bajó él primero, dispuesto, peripuesto y engalonado viril, cual francés lo hiciera hace 200 años sobre el mismo piso, tomó tierra (loco por llegar a la feria). Lucía él camisa blanca impoluta y sucedánea, de cuello alto tieso, muy de moda en la época; su pantalón celeste cielo (diez de la mañana) no resultaba ya atrevido entre los vecinos neocosmopolitas (por decir algo) del lugar. Ansioso y felizmente peinado miraba hacia dentro del autobús esperando que bajara su amada pareja. Ella se retrasaba cual doncella atemporal. Cuando vi bajar a aquella mujer, su estampa me sorprendió inmensamente. Eran muy distintos el uno del otro, opuestos diría yo. Él flaco y ella obesa, el acicalado y ella desarropada, él con prisa desmesurada y ella tardona a conciencia.
Él, caballero, le ayudó a apearse con dificultad. Se dieron la mano mientras él decía: “enga vámonos que hay que coger buen sitio…”, supongo se refería para ver los fuegos artificiales que clausuraban tales fiestas, justo a la hora de la media noche. Eran como dije sobre las 21.30 lo que demuestra su exagerado rigor por su parte.
Pero en ese momento aconteció lo que yo no esperaba. Ella atacada por un atractivo olor de fondo, soltó violentamente la mano de su amado, y corrió (con escaso ímpetu debido a su sobrepeso) en dirección opuesta al ferial, y justo se dirigió a un puestecito de feria que allí solitario y lejano anclaba sus ruedas estoicamente. Él, sorprendido como yo (pero menos), gritó cinco palabras demostrando en su tono una impresionante y sufrida tolerancia. Exclamó una frase que caló en mi más hondo sentir, sobre todo por su melodía impregnada de paz, perdón y piedad. Las cinco palabras que gritó fueron:
“¡¡¡¡...no vaya comprá más turrones...!!!!”
Una vez pasado cinco minutos, ella con el turrón desagradablemente pegado entre sus dientes, volvió a dar la mano de su dispar y bien peinado amado. Yo contemplé entonces como ese par de tortolitos, contrarios ellos pero tan iguales, tomaban la buena vereda del moribundo ferial unidos, hasta perderse entre aquella inolvidable luz.
Me sentencié entonces en mi corazón aquello que marcara Azaña en su día con tanto acierto: paz, piedad y perdón.


martes, 12 de junio de 2012

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Sus brazos se habían amarrado a las caderas de Sofía entre las sábanas, se sentía en casa, aunque no lo estaba. Había deseado ese momento único muchos otros momentos repetidamente en su insulsa existencia. Ahora Sofía dormía junto él, descansaban los dos sobre la misma almohada, y aquella noche de luna era presa de un baño de pasiones por fin encontrados. Soñaba Sofía a su lado, o eso quería pensar él.
Pero a Damián una plaga de mosquitos empezó a despertarlo de su sueño de verano dorado. Las picaduras  de mosquito en las venas de sus  amplias manos le obligaron a desenroscarse de entre las eternas caderas de Sofía, que seguía dormida profunda como una  princesa siendo plebeya. La guerra entre los mosquitos y Damián había comenzado sin tregua, éste se rascaba y se zafaba violento como un caballo desbocado en la cama. Los pequeños y porculeros insectos supongo habían encontrado el edén bajo su piel.
Damián después de un buen rato había convertido su noche de luna pasional ansiada en un concierto de picaduras, rascamientos y palmadas asesinas  de mosquitos, mientras su amada impasible seguía soñando, o eso quería pensar él.
De repente y en medio del silencio imponente de la noche, y mientras los mosquitos le daban una pequeña tregua, Damián escuchó con claridad meridiana de labios de Sofía, que soñaba, la siguiente frase: “hoy no te he visto, ¿dónde te has metido?”. Él creyó que Sofía empezaba a ser víctima de las feroces picaduras e ingenuamente contestó “estoy aquí Sofía”, pero no obtuvo respuesta alguna de la bella durmiente. Su imaginación empezó de repente a volar con la misma celeridad que el vuelo camicace de los mosquitos que lo mantenían despierto. ¿A quién se refería Sofía? A él no obviamente, ¿a quién si no? Sus malévolas  conjeturas le llevaron a un nítido desvelo, a sudar como un cosaco y a rascarse una y otra vez sobre las mil y una picaduras que empezaban ya a ser heridas sangrantes. Y de nuevo, en el negro silencio de la noche, Sofía entre sueños pronunció añadiendo dos palabras a la frase anterior: “hoy no te he visto, ¿dónde te has metido...mi lengua?”.  Damián ahora no respondió sorprendido, pero notó el profundo e intenso respirar en el pecho de Sofía, que como los mosquitos parecía haber encontrado el edén en aquella cama en la que soñaba profundamente.  Las conjeturas ahora se multiplicaron por mil, "¿mi lengua?", y empezó a estar no solo sorprendido sino herido de lengua.
A la mañana siguiente Damián cual sabueso detective, preguntó sutilmente en el desayuno a Sofía, buscando de quién era la lengua con la que ella soñaba: "¿qué hiciste ayer Sofía?, ¿Con quién estuviste durante el día?", y ella que había descansado, no como una princesa sino como una reina, le fue relatando su cotidiano día como si tal cosa. Damián empezó a tachar en su mente cada uno de los hombres que Sofía había visto o saludado el día anterior, según su propia confesión inconsciente. Descartó a todos y cada uno de los sospechosos que durante la noche había enumerado en su calculadora mente desvelada, y a todo aquel que, según su instinto masculino, no tenía “lengua” suficiente para Sofía. Descartó a todos menos a uno. Sentía cierta intuición sobre el dueño de aquella lengua que Sofía añoraba en sus ensueños,  pura intuición masculina sin indicio alguno de peso, pero de la cual se fiaba ciegamente. Durante aquellos días de verano Damián miró muchas lenguas masculinas, y prestó especial atención a la reacción de Sofía ante ellas. Su intuición no iba por mal camino, pero se tenía que morder la lengua con rabia, que paradoja ¿no?
Sentados los dos en el fresco porche del apartamento  donde habían pasado juntos la fatídica noche de los dichosos ensueños, y bajo la luz no solo de una intensa luna de verano sino de un foco que atraía a los  mosquitos como si fuera la luz eterna, Sofía, tras mirar hacia arriba, gritó con enérgica alegría:
-          “¡¡¡dónde te has metido "milengua"!!!”

Y una salamanquesa de color pardo emergió de entre las grietas de aquella encalada pared, conocedora del banquete que le esperaba y de la compañía de Sofía. Con infinita paciencia de reptil comenzó a devorar sigilosamente uno a uno cada mosquito e insecto que tocaba los terrenos de su infalible lengua, encontrando allí supongo su divino edén, y la propia sangre del sabueso Damián.






   

martes, 5 de junio de 2012

EL PACIENTE INGLÉS

Anthony era un joven cuarentón inglés que decidió hace algunos años afincarse en 11.130, en busca de “peace and nature”. Como buen inglés era muy ordenado, pero aquella luz desgarradora que se presentó por sorpresa en la ventana de su “job” (de su oficina quiero decir), le convenció para que rompiese su idilio tormentoso con Londres, algo que no había meditado hasta ese mismo momento. Aquella luz reflejada en su ventana le susurró  que fuera en busca de un pueblo rebosante de océano, en busca de una naturaleza limpia de people sucia, y que cantara a los vientos trovador sus más íntimos versos bucólicos. Anthony amaba la naturaleza, y no se lo pensó dos veces.

¿Por qué escogió en el mapa del mundo 11.130? Eso no lo sé y sería un desatino por mi parte hacer lucubraciones al respecto.

Lo cierto es que Anthony se afincó en lo que se denominaba por la zona “un campito”, algo lejos del sonido de las olas, pero cerca de la naturaleza, cerca del canto de los gorriones, cerca de picaduras de mosquitos, de cañas secas y de los escarabajos mojoneros, de mariquitas, garrapatas y demás especies autóctonas. Era muy feliz ya que había cambiado informes financieros en mayo por damascos y otros frutales que casi sin querer se colaban por su ventana cada mañana.

Pero Anthony sabía que le faltaba algo, y ese algo era un perro. Un perro que le acompañara cada amanecer y le protegiera cada noche, que le cuidara “el campito” y le entendiera a la primera en inglés. Un perro con alma de pastor que dicen siempre es el mejor amigo del hombre. Después de leer ordenadamente distintas guías de razas caninas, de seguir al encantador de perros durante meses y de conocer los distintos caracteres y comportamientos perrunos, definitivamente necesitaba un rottweiler (que pronunciado por Anthony sonaba de lujo).

No era fácil encontrar un rottweiler pese a lo extenso de 11.130 y de sus campiñas, pese a la grandiosidad de sus pagos y de sus hermosas llanuras pastoriles.

Una linda mañana de sábado Anthony comentó a un arraigado paisano y gran amigo suyo ya, la idea de comprar un rottweiler. A su amigo, que era más de 11.130 que el código postal, le denominaban “Chato Sardina” y desde el primer día en el sur de Spain, Anthony tuvo una relación fraternal con este curioso hombrecillo, que le parecía sacado de algún relato de Galdós. 

-          “¡¡Yo tengo un robaile!!, ¡¡ robaile puro puro!!...; pa ti zi tú lo quiere!, a mí me tiene loco... me parte to´ las macetas el hijo zu mare…ahora eh preziozo...¡lo viera dicho antes Tony!... te lo vi traé pa ti cohone, un dia de esto te lo traigo ar campo zin farta…de verdan…” Sentenció el cariñoso personaje español con su simpatía siempre por bandera en sus ojos honestos, y su camisa a media asta fija en su prominente dura panza.

Anthony aquel domingo, tras varias largas semanas de recordatorio a su amigo y de espera, estaba envuelto entre el sonido del viento y los cantares de los pájaros revoloteando mientras gozaba y esperaba (paciente inglés) con ansiedad y nerviosismo de niño, la llegada de su gran amigo “Chato” y de su futuro compañero, al que aún no le quería poner nombre hasta no verlo con sus propios ojos.

Cuando “Chato” bajo del camión en el que venía con aquel perro, apareció un pobre chucho mugriento que revoloteaba entre las piernas de ambos sorprendido de su viaje camionero; y Anthony claramente desilusionado y casi riéndose  le dijo a su amigo:

-          ¡No es un rottwailer Chato!, ¡es un chucho!

A lo que aquel gran personaje campechano sureño de panza prominente respondió muy enojado:

      -         “¡Cómo que no joee!”, dijo primero convencido.

Seguidamente sentenció a posteriori con rotundo argumento exclamando a su amigo:

-          “¡¡¡¡¡La mare es loba!!!!!”

En aquel momento Anthony se sintió definitivamente integrado en la sociedad del sur más sureño de Andalucía y en su más íntima naturaleza.