Frank Pentangeli (Frankie Cinco Ángeles), como buen padrino, era una persona extremadamente humilde y cariñosa. Un hombre tan discreto como inteligente, tan cabal como querido, tan amigo y buena persona como asesino. Para mí siempre fue como un padre. Frankie siempre tenía la frase idónea en el momento preciso, y aunque era más bien reservado, siempre tuvo palabras consejeras para un pobre soldado como yo. Usaba de tapadera durante décadas una pequeña tienda de ropa que regentaba personalmente (aunque en los últimos tiempos recibía la ayuda de su hija mayor), y era en la tienda donde realmente se movían todos sus contactos nacionales e internacionales. Muchos eran los hilos que Frankie movía desde aquella pequeña tienda. Dependía de él todo el funcionamiento del puerto de Cádiz, el de Algeciras y las entradas y venidas de la base de Rota, así como el blanqueo de "tolines" en Gibraltar. El contrabando de pescado en esteros de la city y las loterías clandestinas (los 4 tréboles) dependían en gran medida de su familia. Sin embargo Frank Cinco Ángeles siempre compraba temprano pescado fresco en la plaza y jugaba con riguroso control a las loterías y quinielas del estado cada viernes. Todo para despistar. En los últimos tiempos frecuentaba la nueva tienda un hombre bien vestido y extremadamente delgado con el que se decía tenía importantes negocios; nunca me dijo cual era su función, pero yo creo que era su último matón de confianza, pues le llamaban Pumby (por la eficacia de su revólver, según me contaron). Antes que saliera el sol y antes que todo un mundo se pusiera a funcionar, una maquinaria vasta y perfecta esperaba palabras cómplices de Frankie, que cada día solía departir con sobresaliente soltura.
En aquella humilde pero moderna tienda (la tienda antigua) conocí a sus más peligrosos soldados, matones que entregaban la vida por la familia Cinco Ángeles y que custodiaban cada hora a Frankie. Normalmente hacían recados para él, como “ir a por cambio” o comprar “pictolines” (que no faltaban en su mostrador). Recuerdo a uno de los hermanos Kubala, no recuerdo el nombre exacto (pero así se le llamaba), peligroso individuo de malas pulgas pero que en la compañía de Frankie se volvía dócil como un niño. En la tienda fue donde conocí a Narciso Trócola, uno de los hombres con menos escrúpulos y más peligrosos con un revolver en la mano que conozco. Nos hicimos íntimos Trócola y yo, un día le tuve que pegar una bofetada, pero le quería mucho.
Nuestras reuniones entre jóvenes soldados y la familia Cinco Ángeles las solíamos mantener en el salón de su casa, cada tarde de domingo. Planeábamos la semana. Éramos cinco cuyos nombres no vienen al caso, solo hablaré de la familia Pentangeli. En aquellas reuniones solían estar su hijo menor Lucky y su peligroso primogénito al que llaman ahora Johnny. Frank Pentangeli se manejaba muy bien entre fuegos y cacerolas, tanto casi como su dulce señora, a la que todos adorábamos inmensamente y que era ajena a los negocios de Frankie. La familia son cinco como he descrito, de ahí lo de Pentangeli (Cinco Ángeles). Ahora no sé absolutamente nada de ellos.
Esta fue mi confesión. Ahora os puedo decir, que tengo con él una cita pendiente que deseo con infinita necesidad. La última vez que hablé con él me dijo:
“Chico…eres un viejo…pero aún no sabes nada de la vida…”
Le expliqué a Frankie que mi confesión le serviría de poco a los carabinieri, pues ya conocían bien qué hacían los Pentangeli, y que aún no saben cómo se mueve la familia ni dónde está “la tienda”.
Aunque Frankie, me consta, desde siempre anda con la mosca detrás de la oreja, consciente de que algún día “llegarán los tanques de Chechenia”, que suele decir en modo de clave.
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