martes, 10 de julio de 2012

LA MAFIA. PARTE III. NARCISO TRÓCOLA


Trócola , el primero por la izquierda, en carreras de caballos 1.930
 Cuando lo ví por primera vez pensé: “mejor ser su amigo que su enemigo…”. Me lo presentó formalmente  Frankie Pentangeli una mañana en su vieja tienda de ropa para caballero, hace ya algunos años. Narciso Trócola era un viejo conocido de Pentangeli. Frankie ayudó a Trócola a introducirse en “la familia” desde muy joven y le acogió como a un hijo ayudándole en sus inicios, con algunos sucios negocios por el barrio. Cada vez que se veían se abrazaban muy efusivamente, con continuos golpecitos en la espalda que ambos aceptaban gustosamente con sonrisas sicilianas verdaderamente cómplices. Aquello llamó mi atención. Que Frankie tuviera en tan alta estima a aquel pequeño gran hombre, debía de ser por un motivo de peso. No me equivoqué. Trócola con el tiempo pasó a ser hombre de mi confianza, primero acompañando con gran sigilo profesional cada paso que yo daba, y en pocos meses ya se hizo uno de los nuestros.  
Narciso estaba lejos de ser como su homónimo griego. Se peinaba poco y mal, se afeitaba sin cuidado alguno, no prestaba atención a su estilo ni en los espejos ni en los estanques y no rechazaba a pretendientes (porque no las tenía). Se puede decir que no cumplía los cánones de belleza griega masculina.  Además le enloquecía, con locura siempre  muy contenida, cualquier  figura femenina andante (de cánones contemporáneos y no tan contemporáneos, es decir, de todas las hechuras). Pero lo cierto es que Trócola no se dejaba despistar ni por el vaivén de una cadera ni por nada del mundo. Siempre estuvo muy centrado en todos nuestros asuntos, centrado en los asuntos de la cosa nostra.
Si Trócola tenía algún vicio que le pudiera desviar del camino marcado por “La familia”, lo desconozco. No bebía alcohol más allá de unas cervecitas y solo en ocasiones muy especiales: pascua, feria y poco más. Algún cigarrillo que otro, pero su autocontrol era rigurosísimo. Al principio de conocerlo nos veíamos en las apuestas de carreras de caballos y en algún partido de fútbol con Pentangeli y su hijo Lucky. Recuerdo los gritos dementes de Trócola pidiendo tarjetas al árbitro, - “¡rojaaaaa!”, gritaba - y las risas de Lucky y de Frank contemplándolo. Con posterioridad pude saber que estuvo implicado en los amaños de partidos en el Calcio. Le gustaba el dinero, le perdía el dinero, esa era su obsesión, no hay duda.
A mi lado estuvo ejerciendo, como tapadera claro está, el oficio de vendedor de lotería clandestina ("los 4 tréboles"). Cada mañana a las diez en punto nos veíamos en el bar de la esquina, me traía siempre boletos terminados en 8, y nos reíamos viendo la imagen impresa de cada día. No recuerdo ni una sola vez que me invitara a café, y ahí conocí el término “catunambú“: me lo tomo yo y lo pagas tú”. Eso sí, junto a él me sentía el hombre más seguro del mundo; esos rítmicos andares suyos le hacían inconfundible y muy temido en la ciudad. Cada día se enfadaba con un camarero español llamado “Sebastián”, porque no trabajaba según su gusto italiano (finalmente dicen  que lo aniquiló).
Perdí la pista de Narciso hará un año, aunque sé bien dónde encontrarlo, allá donde se muevan grandes negocios, grandes cantidades de dinero. El dinero, como digo, era su perdición...
Recuerdo una vez que le pedí que me invitara a unas cervezas y me dijo que había olvidado la cartera en casa. Un segundo después (recuerdo que estábamos los dos  junto a nuestro amigo “el viejo Andrew”)  le hablé de visitar a unas jóvenes doncellas que podían amenizar nuestra velada. Presto y dispuesto, el bueno de Trócola, sacó la de Ubrique petada de billetes hasta no poder cerrase y perder su forma, y olvidando lo que me había dicho un segundo antes y ciñendo el gesto con la mirada por encima de sus gafas, me dijo enseñándomela: no te preocupes Angello…mañana me lo devuelves”.
Siempre procuré mantener cuentas pendientes con él, para que no me olvidase nunca. Un tipo con un gran corazón, con muchísimo dinero guardado (dispuesto a pudrirse) y muy malas pulgas. Yo le quería mucho.    



           

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