
Tuvo la inmensa suerte que su
primer amor se llamara “Mari” (4 letras góticas
rojas que se tatuó en su pecho
derecho) y que su segundo amorío, quiero creer que casualmente, se llamara “Mari
Jose”. Así que, cuando el primer amor de desvaneció cual azucarillo, solo tuvo
que completar las letras que faltaban por imperativo lógico de la última dama,
lo que hizo que el tatuaje terminara algo
descolocado en su lampiño pectoral. Finalmente lo de su segundo y desventurado
amor también terminó como el rosario de la aurora, pero como tenía siempre
tanta suerte, y era “creyente creyente”, se tatuó bajo el de “Mari Jose” el
nombre divino de “Jesús” y el rostro moreno del “Gran Poder”, justo en medio de
los tres nombres bíblicos, formando así una particular, trasgresora, trastocada
y moderna divina triada entre su pecho y
abdominales a modo de escudo.
Fue el comienzo de su “gran obra pictórica
corporal”, que fue “in crescendo” con
los años, y que además fue atendiendo a una evolución lógica de los tiempos y de
las modas.
Cuando de niños en la playa se quedaba
intencionadamente descamisado, yo me preguntaba si ese cuerpo (le llamaban
Body), que entonces era el de un David, con los años pasaría a
estar flácido o fofo, y que aquellas múltiples y multicolores imágenes, letras
y símbolos que mes a mes se adherían a su cuerpo y que cruzaban el mapa de sus
músculos y huesos, pasarían a ser, como todo, un reflejo de lo que felizmente
un día fue. Como he insinuado torpemente, los tatuajes que lucía, no se trataban de emblemas, símbolos o
recuerdos de lo sufrido, vivido o amado, eran más bien un puzle aleatorio
indescifrable (con borrones incluidos y todo).Algo así como una vida transcurrida con torpeza, como la
mayoría de ellas. Esta última cuestión terminó dando sentido para mí a su
tuneado body. Debo añadir, por completar
la descripción estilista de Manolín, que de sus orejas también colgaban
aquellos aros que en marinos de vela simbolizaban grandes gestas transoceánicas
(como cruzar el cabo de Hornos o el de Buena Esperanza), aunque Manuel no había
salido del pueblo jamás y paradójicamente solo se quitaba los aros cuando se
bañaba en el mar, cuestión esta que me irritaba sobremanera.
Cuando con el paso de los años,
me lo encontré una fresca mañana caminando, no lo conocí, no solo porque había
ampliado su capilla sixtina particular hasta más arriba de su cuello, sino
porque además sus largos cabellos no dejaban distinguir sus verdes ojos.
El me saludó con hiriente
cumplido: “quillo hijoputa, ¡estás
igual!”, (algo que en estos días con tanta foto digital se hace imposible
de creer).
Yo le devolví la bofetada: “tú… ¡sí que has cambiao, cabrón!”,
sabiendo que había mantenido su “obra”, que era su cuerpo, su body, tan
admirable y esculpido como a los 15 años, y que pese a los borrones de tinta y
algún chapucero dibujo que le conocía, se conservaba de gloria.
Cuando aquella mañana mis pasos
siguieron mi camino en busca de perder algún imposible kilito veraniego,
formulé en mi mente uno de esos teoremas que empiezo a querer demostrar
empíricamente y que puede ayudar a tantas personas con benjamín sobrepeso: “si
quieres estar en forma… tatúate a los 15 años algo en la barriga…no perderás el
cuerpo…sobre todo preocupado por la silueta desfigurada que pueda tomar el Gran
Poder en ella…”.
Tiene su lógica.
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