Por esas misteriosas cosas que tiene la vida, después de 30 años (quién me lo iba a decir) volvería a verla. Me localizó, con esto de las redes sociales, un viejo amigo de la infancia que con efusiva alegría me informó de la celebración de una veraniega cena entre los antiguos alumnos de aquel curso inolvidable de 1980. Inmediatamente el mismo gusanillo que me subía por aquella garganta juvenil queriéndome ahogar cada lunes gris cuando la veía, retornó juguetón a mi cuello como si nunca se hubiese marchado de mí (qué intensa es la juventud ¿verdad?...que hay cosas que no se olvidan jamás...). Me quedé mudo por unos segundos al teléfono, hasta que mi coleguilla de batallitas perdidas, que por cierto siempre fue un capullo con arte, me despertó charlatán diciéndome: “¿quillo vamos a ir no?...nos vamos a jartar de reir…enga cuento contigo cabrón…”.
No le pregunté por miedo, pero sabía que allí estaría ella, y eso era lo único que realmente hacía que tuviera ganas de esa decadente cena. Ver que la rizada melena de Alfredito se había quedado sin pelo alguno, saber que “el Moreno”ya no robaba exámenes para repartirlos entre todos y que ahora paradojicamente era guardia civil, conocer que Merceditas “la monja”, tenía 5 niños con el capullo de "el Jimene" de la clase de enfrente (que seguiría igual de capullo), y saber que “la bomboncito” se había convertido en una tarta de 5 pisos, digánme si no es realmente decadente. Mi promoción la de 1980, qué año. Busqué de entre los cajones alguna fotillo del viaje fin de curso a Roma y otras que tenía ordenadamente perdidas, y con las fotos vinieron adorables recuerdos mojados de olores olvidados, bañados en colores perdidos todas ellas. Yo también había cambiado mucho, tenía exactamente un kilo más por cada año pasado, así que pensé: “no me reconocerá”.
Curiosamente esa semana anduve preocupado por aspectos que había olvidado mucho tiempo atrás, volví a reír a carcajadas, me sentí sorprendentemente joven y hasta quise recordar cada uno de los apellidos de los viejos compañeros con los que tanto me reía. Curiosamente además, ella no dejaba de mariposear por mi cabeza, de revolotear entre mis sentimientos, y sin embargo llevaba sin aparecer por mis pensamientos hacía más de 30 años (qué intensa es la juventud ¿verdad?, que hay cosas que no se olvidan jamás...). Recordé todas y cada una de las frases que nos dedicábamos con ingenua trascendencia, recordé su torpe maquillaje y mi infantil sentido del humor, recordé su cara y sus manos, recordé el principio y el fin, y me pareció curiosamente (como entonces) que lo vivido aquel maravilloso año de 1980 fue una verdad innegable. Nunca debió terminar ese año a principios de verano, con aquella cruel fiesta de fin de curso, pero así fue.
Había pasado mucho tiempo, pero en el trascurso de esa semana me pareció volver a 1980. Antes de salir del coche, dispuesto para la cena, me volví a repeinar en el retrovisor, algo que no hacía desde entonces cuando bajaba vasilón de mi motillo. Pude pensar que todo sería como no haber salido nunca de aquella última fiesta fin de curso. Esa era la sensación.
Entonces,curiosamente, sopló la brisa joven del joven verano sobre mi vieja camisa juvenil, y pareció no estar de acuerdo del todo con aquella noche revival. Me golpearon misteriosamente en ese instante las últimas palabras cortantes que ella me dijo cuando se iba resignada aquella última noche (joder hacía ya 30 años), y que por un instante quise olvidar aunque nunca lo hice del todo. Aquellas palabras fueron: “quizás en otra vida…”.
Me paré justo en la puerta del restaurante donde ya había comenzado la esperada y ruidosa cena, y con imponente claridad pensé “esto no es otra vida, tan solo han pasado 30 años…debo saber esperar”. Y despeinándome con aquella misma resignación de entonces me di la vuelta como si tal cosa, como si nunca hubiera sabido de aquella cena 30 años después, y marché rejuvenecido e idiota a casa, quizás dispuesto a esperar con paciencia aquella otra vida, que no sé si algún día llegará.
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