Sonaba música folk en directo de fondo, las luces de la ciudad de Yakarta se confundían con las estrellas desde aquella vista de rascacielos infinito, el viento se deslizaba violento sobre las melenas atrevidas que desfilaban sugerentes en la terraza exterior, la noche descansaba ya de un insoportable y caluroso día mientras Martin esperaba paciente, en la barra de aquel idílico restaurante, que llegara Jeanne. Había reservado mesa ella y él paciente le esperaba.
Se habían conocido esa misma semana en la recepción del hotel, él viajaba por trabajo, Jeanne necesitaba un respiro. Ambos parecían haber encontrado el uno en el otro su otra mitad perdida en aquella inundada y caótica ciudad.
Después de media hora de dulce amarga soledad y tras la segunda amable invitación de la atenta y atractiva camarera, Martin pidió un deseado bloody mary. La noche parecía joven, la gente se animaba, la música inspiraba cada minuto un poco más a los cuerpos y Martin seguía con ánimo intangible a la espera de la esperada Jeanne.
Después de varias canciones oscuras y de mucha contemplación, Martin pidió su segundo bloody mary. Después pidió el tercero y después del tercero el cuarto. Tras el quinto, la atractiva camarera le volvió a invitar a un trago de ron, y tras ese tambien inspirador trago perdió la cuenta y empezó a mezclarse con la noche que le rodeaba con envidiable soltura. Una exótica flor vestida de mujer se acercó a un ya indefenso y solitario Martin, que gustoso, borracho y ajeno aceptó su cautivador perfume.
Dos horas más tarde de la pactada hora, apareció por aquella última planta cerca del cielo de Yakarta, Jeanne. Desde muy lejos observó como Martin se mezclaba vivo con la música, como se deslizaba ágil por entre las luces y como besaba pausado e irreflexivo los labios irresistibles de aquella exótica flor vestida de mujer. Su supuesta otra mitad se había reducido a añicos en cuestión de dos interminables horas. Se acercó impávida hacia un perdido y encontrado Martin y le dijo:
“Ese hombre que está sentado mirándonos a los dos, me dijo esta tarde que no eras hombre para mí, que no me mereces en absoluto…y que no serías capaz de esperarme dos horas solo en este restaurante…tenía razón”.
Jeanne, sin escuchar una sola palabra de Martin, se volvió orgullosa de inmediato hacia el ascensor, que tan solo dos horas antes creía le subiría al cielo, y tragándose sus lágrimas bajó hacia sus penumbras de nuevo. Volvía a necesitar un respiro.
Martin borracho, confuso y mezclado con el cielo de Yakarta, confesó casi sin poder pronunciar palabra, a la exótica flor vestida de mujer lo siguiente:
“Ese hombre que está sentado mirándonos a los dos, me dijo esta tarde que ella no era mujer para mí, que no me merecía en absoluto…y que me dejaría esperando y plantado como un imbécil durante justo dos horas en este restaurante, porque está con otro hombre…y tenía razón”.
Ese hombre que sembró la maliciosa duda en dos almas perdidas, encontradas y enamoradoras y que estaba sentado cerca del cielo de Yakarta era el diablo. Ese hombre era yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario