- "Cari de verdad, yo creía que al final me iba a quedar en Madrid en agosto, pero my pather se puso hecho una fiera conmigo…y me ha obligado a venir con ellos al aparta…créeme por fa…por fa…estoy mogollón de agobiado…"
Esto fue lo que en primera instancia pude oír, a un Justin Bieber de la vida, hablando por su móvil de penúltima generación un 2 de agosto, mientras no dejaba de dar vueltas alrededor de su pelo y del borde de la piscina comunitaria. El chaval, con esa edad donde empieza a morir la inocencia, unos 15 años, se movía vasilón como él sólo, y parecía contar con sus pasos una y otra vez el perímetro de la piscina donde los demás nos dábamos un chapuzón agostero. Mientras, él, sin descanso, hablaba a borbotones. Entendí que Justin, llamémoslo así, estrenaba veraneo por el color de su piel, pero también parecía estrenar su peinado despeinado riguroso, sus andares “aquí está el tío…”, sus chancletazos surferos a compás, sus gafitas de sol rojas y su reloj también rojo a juego con su bañador, que también era de penúltima generación.
No quiero parecer indiscreto, aunque lo sea, pero era inevitable escuchar su pública conversación privada, puesto que como comento, lo hacía alrededor de la piscina entre todos los bañistas y en voz bastante alta. No conseguía el chaval convencer ni consolar a una dolida novieta, a la que también podíamos todos escuchar a través del móvil, que se había quedado en Madrid sola solita sola, sin playa y obviamente sin noviete. Lo pactado parecía haber sido que ambos pasarían un caluroso, entiendo que en todos los sentidos, y no sé si tranquilo mes de agosto, juntos en la capital. Pero a Justin, según sus palabros, su pather le había obligado a pasar un mes de agosto en familia, jodido en la playa sin dar golpe en bañador, gafas de sol y chancletas todo el día vasilando.
Los ”gordis”, “cielos”, “caris”, “vidas” y demás sobrenombres que Justin utilizaba en la conversación no parecían consolar a la descorazonada novieta que había quedado en tierra sin paraíso, y Justin, por minuto que pasaba, parecía gritar más fuerte y estar más fuera de sí (hasta dar un por culo del carajo, escribiendo pronto y malamente que se suele decir).
Un grupito de chicas sabuesas satánicas de 11.130, con medio verano encima de sus jóvenes y exuberantes pieles, no perdía hilo de la conversación de Justin ni ocasión para reír ostentosamente ante las chorradas pijoteras que soltaba Justin por la boca, del tipo: “dame un beso…por fa…por fa…por fa…por fa…cari…por fa…”.
No entendía yo ese exagerado sofocón de esa novieta madrileña en tierra, ni entendía yo el postureo chocante, capitalino y ostentoso de Justin alrededor de la piscina, y mucho menos las risas indiscretas exageradas y sedientas del grupo bronceado de chicas satánicas.
Al día siguiente pude ver como el tremendo Just iba del brazo con una de las chicas sabuesas y satánicas que tanto se reía de sus chorradas en la piscina el día anterior, y como ésta le besaba sabia y ardiente su boca capitalina que parecía haber dejado de ser charlatana; y entendí el mosqueo de la intuitiva novieta que se quedó a la sombra del oso y del madroño, a sabiendas de el paraíso perdido y de las manzanas podridas derramadas por el suelo.
"De Madrid al cielo", me dije estúpidamente para mis adentros no sé por qué.
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