
Cuando al amanecer pisaba tierra, despues de toda una noche conversando a solas con el otro mundo, que para él nacía y yacía en el océano, Marlow solía beber dos tragos de aguardiente, que parecían tener el efecto de devolverlo a esta vida terrenal, vulgar y cotidiana. Quedaba entonces lejos de los dioses que lo comprendían y de las ninfas que lo enamoraban. En tierra hablaba poco, más que hablar sentenciaba, y guardaba mucho.
No comprendía Marlow una vida sin mar, quizás no se pueda comprender para alguien como él. Alguien para quien el azúl es mar, la tierra que frutos da es mar, el horizonte lejano mar, el amanecer y el ocaso mar; mar las nubes y los vientos, mar el pan y el vino, el sol y la sal, lo conocido y desconocido. Le debemos todo, según Marlow, al mar: no solo la apertura a nuevos mundos, a otras civilizaciones, tambien le debemos lo ancho de nuestra mente, lo más íntimo de nuestro ser al mar. Nuestros miedos y nuestros límites, nuestras luces y sombras no son otra cosa sino reflejos de un mar proyectado. Naufragios y tesoros, todo se le debe a la mar. Para Marlow tierra firme, pasaba a ser una anécdota temporal, algo que cree ser firme no es más que un engaño, una burla para los sentidos. En la mar reina lo eterno y etéreo, nuestras preguntas y respuestas, la luz y las tinieblas, el temporal y la calma, ¿donde mejor se reflejan que en la mar?.
Indignaba a Marlow el trato de los humanos al mar. La única especie, decía, que no lo respetaba, la única especie que lo dasafiaba, la única que siempre perdía. La más avanzada, ignorante y desdichada.
No me sorprendió la mañana que apareció su barca desnuda con su ropa mojada y fatigada en la orilla sin su cuerpo dentro. Era una muerte anunciada. Solía decir, "lo que la mar me dió, a la mar lo devolveré" y se entregó entero.
Marlow lo sabía y conocía, la mar, el primer y último paso a la luz.
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