martes, 21 de agosto de 2012

THE PACIFIC - Parte I. LA RESACA


Desayuno de soldado

La guerra  pasó a ser una realidad inevitable e insufrible para nuestros cuerpos ya maltrechos y desnutridos en aquella calurosa mañana de verano. La guerra pasó a ser ese ente impensable e inhumano, ese ente tristemente aceptado, que tan solo unas horas antes, era absolutamente inconcebible dentro de mi estrecha mente callejera. Pero la guerra estaba encima ya de nuestras cabezas. Y esa era nuestra realidad.
La noche fue larga en la trinchera, más que larga intensa y más que intensa desmedida. Noche rota por innumerables fogonazos de metralla cristalina justo en medio de la oscuridad que da la luz de las estrellas apagadas. Demasiadas luces rotas en la noche. Demasiadas estrellas apagadas.
Eran las nueve en punto de la mañana y haciendo un esfuerzo sobre humano me desperté para desayunar sin gana alguna de desayunar, en medio de aquel calor asiático y empapado absolutamente en sudor. En aquel salón a solas el “Sargento Harry”, con la cara totalmente limpia y despejada, estaba justo en frente mía, tomando un tazón de café sólo. Me miró de arriba abajo y de abajo a arriba, como miran los sargentos en la mañana, como pasando revista de reojo y sin omitir sonido alguno prosiguió con su desayuno. Yo aún dormido y desventurado, me atreví insolente, a quitarle hierro aquel asunto de los japos, sabiendo que la guerra, como digo, estaba ya encima de nuestras cabezas sobrevolando.
-          “Buenos días mi sargento”, dije con media voz aún dormida.
El sargento no se inmutó de primeras, prosiguió a solas con su tazón de café sólo. Tras unos segundos volvió la mirada hacia mí. De nuevo me examinó de arriba abajo y de abajo a arriba, como preguntándose qué clase de soldado era yo, como preguntándose quién era yo, cómo preguntándose qué coño hacía yo justamente allí, junto a él.
Por segunda vez, infeliz y miedoso, me atreví a dirigirme al “Sargento Harry” con la voz ya algo más despierta, esperando que sus palabras fueran reconfortantes y me devolviera a esa otra realidad que yo sí conocía, esa otra realidad que estuviera más cerca de la paz, que estuviera lejos de aquel océano desgraciado:
-          Vaya nochecita de calor…”, le dije esperando claramente una respuesta compasiva.
El sargento Harry se levantó de la mesa donde me disponía para desayunar junto a él y después de unos segundos, con tono sereno y severo, alargando la musicalidad de sus palabras dijo:  
-          Vaya, vaya, vayaaaaaa…”, y se fue a la cocina con paso firme.
Desde la distancia, el “Sargento Harry” sin abandonar el tono sereno y severo, me impuso su particular condena al entender que mis actos de la noche anterior podían ser considerados como una desmesurada salida de tono y muy fuera de lugar borrachera. Yo acaté órdenes.
Ese santo día de resaca lo pasé enterito entero en la playa con mis suegros. Debo aclarar que a mi suegra se le conoce como “Sargento Slot”.  


   

1 comentario:

  1. Ojo, que la suegra es la que lleva tela de comida a playa ... y los filetes empanados y tortilla son las mejores recetas para la resaca .... y un tinto de verano.

    Vaya caló mas grande y gratis, es que lo gratis no funciona.

    ResponderEliminar