martes, 11 de septiembre de 2012

FLOR DEL DESIERTO

Una calle daba a la otra, y la otra a la otra, así sucesivamente hasta un número de veces infinito dentro de un laberinto interminable de paredes, en una mañana calurosa sin luz de día que penetrara mis pupilas. Mi camello, que era mi carro, iba repleto y cansado en aquel desierto disfrazado de oasis, poblado de enseres engañosos; enseres que al menos nos mantendrían con vida aproximadamente unos diez días según primerizas experiencias. 

A cada instante en aquel desierto disfrazado de oasis, como una gota que cae constante y nada compasiva en la memoria y en la razón, se escuchaba una casi infantil melodía que decía así:

- "Mercadona, pum,... mercadona, pam...mercadona...pum..."

La misión estaba casi realizada, la lista entera tachada, el camello ansiaba animal como yo, la larga partida de vuelta a casa, mi verdadero oasis. Pero algo faltaba en el petate, yo inexperto hombre azul, algo que no me gustaba buscar, algo que no sabía cómo encontrar, algo que en un desierto disfrazado de oasis puede llamarse suavizante Flor (según las indicaciones del mapa jerogrífico que alumbraba mi tarea). 

En un giro temeroso en las paredes tentadoras de los dulces, me encontré con ella, dulce tambien flor. El saludo fue más que deseado obligado, pues no había salida en aquella estación. Más que cordial fue afectuoso, más que intenso inesperado. Dos minutos de excesivo reencuentro de miradas ya perdidas en el tiempo y olvidadas en el espacio, mientras la saliva de ambos malgastaba las palabras que explicaban nuestras vulgares circunstancias. Nos despedimos los dos felizmente.

Pensé: "que de tiempo..." y tambien pensé "que bien...".

- "Mercadona, pum,... mercadona, pam...mercadona...pum...". La cansina melodía infantiloide me devolvió a la misión, de la que no debía descentrarme más: suavizante Flor. El viento no soplaba.

Al instante de dar por finiquitado aquel reencuentro con ella, en la pared perdida de utensilios para el hogar, donde no estaba el suavizante Flor, apareció ella de nuevo como esa flor perdida. Ahora la conversación se limitó a una sonrisa por su parte mientras yo estupidamente le dije: "al lío..."

Pensé: "que imbécil...al lío" y tambien pensé: "que mal".

El tercer reencuentro fue en la pared de refrigerados. Fue la perdición de mi paciencia y de mi sensibilidad, fue el culmen de la incomodidad donde manda el no saber que hacer, que decir, ni hacia donde mirar. No habíamos venido hasta allí a reencontrarnos, pero aquel laberinto así parecía querelo. Entendí que debía seguir sonriendole en aquella desembocadura nuestra; ella más fría en apariencia, no lo entendió de la misma forma y prosiguió con su misión severa. Miró mi camello, sin mirar a mis ojos, y miró la pared. 

Pensé: "me largo..." y tambien pensé: "le den por culo al suavizante Flor".

Pude escapar de aquella encruzijada sin salida, de aquel desierto vestido de oasis, de aquellas infatigables galerías y una vez desatado de aquella ligadura de misión, durante los diez días siguientes supe que algo cambió en mi persona. Cuando tres días despues me puse una camisa limpia, mi rostro no tuvo más remedio que protestarse a sí mismo.

Pensé: "¡mamá rasca...!" y tambien pensé: "flor del desierto..."   









   

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