- “¿Fuiste feliz?”
- “Un hombre se le acercó, sí, un hombre se le acercó. Bien lo recuerdo. Un hombre se le acercó. Podía ser uno de esos días que tanto corren en septiembre. Podía ser bien temprana la mañana. Bien lo recuerdo. ¿Que por qué lo recuerdo?, lo recuerdo. Un hombre se le acercó."
- “Un hombre se le acercó, sí, un hombre se le acercó. Bien lo recuerdo. Un hombre se le acercó. Podía ser uno de esos días que tanto corren en septiembre. Podía ser bien temprana la mañana. Bien lo recuerdo. ¿Que por qué lo recuerdo?, lo recuerdo. Un hombre se le acercó."
Y aquel viejo con el alma ya desgastada pero radiante, quedó pensativo durante cinco minutos con los ojos abiertos en absoluto silencio despues de pronunciar esas intrigantes palabras. Quedó con la mirada perdida, eclipsaba más bien, mientras su amigo de tardes caídas esperaba la ansiada respuesta.
No dijo nada durante esos cinco minutos mudos. Y se relató a sí mismo y en silencio lo siguiente:
“Bien lo recuerdo. Para todo siempre hay una primera vez, que dicen, y las primeras veces siempre se recuerdan. Mejor diría que las primeras veces siempre se aman, siempre se quedan, nunca se olvidan. Quedan presas para siempre en un ancho rincón de nuestro corazón. Aún me pregunto por qué llevé a mi nieto aquella mañana a pescar a la playa. Fue su primera vez.
¡Qué ilusión tenía! Tendría él unos ocho años... Era como ahora. Era septiembre. Como ahora el sol salía más tarde en las mañanas y el cielo se hacía más ancho y más limpio a mis ojos. A mis ojos, menos azul y algo más melancólico también.¡Qué sé yo!...
Era la hora que la luna se entiende con el mar. Llevaba una vieja y diminuta caña, ridícula. Cuando llegamos a la playa, la marea estaba profundamente vacía. Parecía que la orilla se había marchado con los turistas. Parecía haberse ido con el verano. Vimos las largas y escultóricas sombras de cinco pescadores y sus diez cañas, golpearon nuestras vergüenzas. Lo recuerdo bien. Eran pescadores sacados del cine: media barba desaliñada, viejas gorras corroídas por el yodo, cigarrillos a media asta y de muy pocas palabras. Buscaban en septiembre la dorada, la ansiada dorada. Lo recuerdo.
Uno de ellos se acercó para decirnos que nuestra diminuta caña no era para pescar en la orilla, no era para lanzar. Tenía razón. Después de un largo rato quise quitar la desbordante ilusión a mi nieto. Era imposible. No se cansaba de lanzar y de recoger algas.
De repente el milagro. Rafalillo empezó a gritar con sus desvergonzados y vibrantes ocho años a los cuatro vientos libres: ¡ha picado, ha picado! Se comía la vida, el pez picó el anzuelo. Un pescador se acercó. Mi nieto se negó a la ayuda. Se comía la vida. Poco a poco y mucho a mucho aquel pez plateado como la luna, suspiró en sus manos.
Un hombre se le acercó, sí un hombre se le acercó. Bien lo recuerdo. Aquel hombre paseaba sobre una inmensa orilla de horas tempranas. Un hombre se le acercó. Mis tobillos en la orilla se arrugaban viejos.
Aquel amable señor preguntó conociendo ya la respuesta: "¿has pescado algo?"
Y el vivo reflejo de sus azules ojos como el mar, hablando con aquel desconocido, eclipsó la orilla, eclipsó mi mundo, navegó todos los mares y me eclipsó. Se borró mi vida y mi edad."
Rompió el largo silencio y por fin dijo :
- "¿Si fui feliz?, sí. Rotundamente sí”.
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