martes, 18 de septiembre de 2012

LA MAFIA. PARTE IV. "EL SUCIO CALABRÉS"


Estado en el que encontraron su Cadillac

He deliberado mucho antes de escribir este documento. Me juego la vida y lo sé. Finalmente me he decidido. Dejaré por escrito mis vastos conocimientos sobre uno de los soldados más brutales y con el instinto más animal que he conocido. Carnívoro como un león en Namibia, depredador como el chacal, cilíndrico como la ballena e imponte como el oso polar. Hablo de mi querido sobrino Vincent, más conocido en la vieja  Sicilia como “el sucio calabrés”. De cierta ascendencia isleña, en un principio se le conoció como “el sucio isleño”, pero fue en Calabria donde nació, donde se mal crió y donde dio rienda suelta al depredador insondable que llevaba dentro.
Vincent, desde muy niño, siempre fue chico de pocas palabras,  de pocos amigos y de muy buen saque. Sin embargo, se rodeó desde muy joven de gente de malas artes, y montó un clan de sucios negocios y de muy peligrosas formas. No respetaba nunca la ley seca, ni ciertas leyes no escritas para la mafia. Frecuentaba peñas y otros antros, con tipos como Franchesco “Il Monagillo”, Orrequia “Il Siñori” y por supuesto con el buscado y temido John Poup, con quien mantenía una relación especial. Con él hizo fortuna en sucios negocios. El dinero en sus manos moría, ese era su gran secreto: el gastapoc o también llamado gañotil.
En la familia desde muy pronto nos percatamos de las singulares formas de Vincent al relacionarse con su entorno. Sus costumbres eran propias de capo experimentado: buen comer, buen beber y nada de mujeres. Corrió el rumor que era misógino, pero doy fe que no es así.  Recuerdo que durante años, cuando nos sentábamos para almorzar, mantenía extrañamente un brazo debajo de la mesa, como aquel que está manco. Una rara costumbre, que con el tiempo entendí: “Vincent, era un tipo bien agarrado y siempre escondería algo en su otra mano”.
Le entusiasmaban las viejas costumbres de los viejos capos, pero las ejercía de una forma contemporánea y a su medida. En carnavales gafa palillo y codo, en semana santa el más semanasantero, en feria feriante, si se iba a los toros el primero con entrada, camisa y puro. El flamenco lo que más. Caballos, apuestas, boxeo, todo. Nunca le vi la cartera, ese era su vicio más conocido, el ya nombrado gañotil. Dicen que ya bien avanzado el siglo, una tarde de verano convidó a pescaíto a ciertos colegas suyos. Quisieron dejar el momento inmortalizado con una fotografía. No sé si sería verdad, lo dudo.
Buena mano en la cocina y defensor de aquello de que “el arquitecto no debe viajar” era hombre de su casa. Su manos eran tan buenas en la cocina como infalibles y despiadadas lo eran para con sus enemigos. Le gustaba en igual medida el palique, el palillo, el arroyuelo, reñidero o chiclanero. Siempre servido bien frío y al gañotil. Y por su puesto fiel y sutil defensor del granero (de su oriunda familia calabresa).   
Recuerdo que durante algún tiempo conducía un precioso y deslumbrante cadillac negro, todo un clásico, que por supuesto le regalaron. Un coche de gran categoría, y de gran motor y consumo. Lo abandonó, según supe, friamente en medio de una carretera porque según él: le robaba dinero todos los días.
Así era mi sobrino Vincent, de crueles y ocultas intenciones con todo aquello que podía suponer una leve amenaza a su desconocida cartera.   
  

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