miércoles, 31 de octubre de 2012

NOTRE DAME

Notre Dame
Vestía un vaporoso vestido azul klein, brazalete y pendientes esmaltados a juego, teatrales gafas de sol y una rompedora gorra de estética school. Unos malditos botines de pitón ocultaban sus diminutos pies, que se me antojaban imaginar tan pequeños como dulces, tan divinos como humanos, tan perdidos y ocultos... como su alma y la mía a juego. Parecía descendida de los cielos. París con ella estaba de fiesta. Y yo la quería entre mis brazos.

Fue indecente las horas y el dinero que me costó emborracharla, pero París estaba con ella de fiesta, y yo con ambos como digo. En el ascensor dirección al cielo parisino, pude besar su delicado hombro ya borracho de lencería fina. París a mis pies y los suyos aún ocultos por unos malditos botines de pitón.

Cuando reposó su melena de sirena sobre la cama perdió la consciencia. Se apagó de repente nuestra envolvente banda sonora, se apagó la notre dame de Paris. Yo, más gamberro que señor, la desnudé para que bien descansara, pero la desnudé hasta bien conocerle sus pies.

Nunca debí descalzarle de esos malditos botines de pitón. Nunca debí conocer sus pies. Desde entonces no soporto el queso francés.



 


Escrito para Microvidas

viernes, 26 de octubre de 2012

EL PARABRISAS

Antes de subir a su auto, lo tenía obtusamente claro. Parecía que lo tenía más que claro, decidido. No parecía, lo tenía absolutamente decidido. Sus pasos iban al mismo ritmo que la tarde, a cada poco apagándose y ella lo sabía. A cada muy poco apagándose la tarde como también sus pasos lo hacían.   
Lo tenía decidido y montó tranquila en su coche. El parabrisas sonaba. No había futuro, más bien, no había ningún mañana con él. Su tempestuosa relación se tenía que acabar ya. Había acabado en ese mismo momento.  Lo tenía decidido, estaba claro. Había acabado hacía ya demasiado tiempo.
Se puso el cinturón de seguridad sin sentirse más segura por ello, y tomó su camino, que no era ni de ida ni de vuelta. Y tomó su camino como digo. La tarde, cercana a la noche, creaba en el horizonte figuras cercanas a su propia alma, en forma de nubes otoñales entre pinares. ¿Quién sabe cómo se dibuja un alma?, ¿quién, cómo palpita?, ¿quién, a dónde va?
Sintonizaba la tarde y su coche, curiosamente melodía de Bach. Sintonizaba la tarde con su alma.
Los metros en la carretera se hacían kilómetros en su camino, bajo un solo pensamiento. Su inconsciencia más absoluta y más clara, con el camino y la tarde, tomaba otros caminos inesperados: ¿había que dejarlo ahora?; ¿qué es realmente el amor, si no soportar?
Cuando bajó de su auto, curiosamente el parabrisas sonaba. Curiosamente, lo tenía obtusamente claro: lo amaba profundamente, ¿por qué no?.
Lo recibió, al verlo confundido entre figuras del horizonte, a besos. Sin saber por qué, cómo ni cuándo, en unos solos kilómetros volvía a amarlo.
Ella, que no podía engañarse a ella misma,  cuando lo besó en la mejilla calurosa de la inconsciencia de su recibimiento, pensó pausadamente y sin el murmullo del parabrisas de fondo: ¿lo amo?

   

viernes, 19 de octubre de 2012

EN EL CAFÉ "LA RUECA"

Amigo de lo ajeno, Cloto por encima de todo, robaba conversaciones. Cada vez con menos cautela y más experiencia, se fue haciendo dueño de otras vidas. Quizás la suya estuviera demasiado vacía, quién sabe.
Se sentaba, cual aparente lector incorregible, cada tarde con un libro distinto en el café “La Rueca”. Era obvio que no leía, era obvio que solo robaba conversaciones. Pero la obviedad a veces se disfraza y nos engaña, como también sé, que puede engañar la luz de una luna llena.
Yo, vacilaba con la idea de ser el único Sherlock que sabía de la estúpida y maleducada afición de Cloto. Yo que tan observador siempre he sido, yo, estúpido y maleducado, ingenuo y humano, me acerqué a aquel inquietante hombre que vestía siempre de negro y le dije confiado:
-“¿Qué lee?”, esperaba yo una temblorosa e infantil respuesta.
- “Leo vidas…, pero no me hagas preguntas que ya sabes…”, me respondió con voz profunda, como quien responde ante el juez supremo.
Entonces alargó su lánguido brazo y me dio un pequeño papel con mil pliegues. “Es tu vida”, me dijo, “mañana vendrás a verme…”.
Cuando en la soledad impenetrable de mi habitación tomé aquel diminuto papel, pude leer en él, por cada oscuro pliegue, frases que habían marcado mis días. Frases que nadie podía saber, palabras que solo mi alma sabía ubicar en mi corazón. Con cada pliegue me parecía volar en el tiempo y parecían renacer mis sentimientos más primigenios. Me pareció incluso, volver allí donde las viví. Me pareció incluso hasta olerlas.
La mañana siguiente en el café, Cloto se acercó a mí, antes de que yo mismo pudiera acercarme a él, evitando así cualquier abyecta súplica por mi parte. Como aquel que tiene hambre de palabras, me dijo muy concisamente: “Aquí está tu destino…no me volverás a ver”, entregándome  de nuevo otro papel con otros mil pliegues.
Cuando en la soledad impenetrable de mi habitación tomé entre mis dedos aquel diminuto papel, primero me aterroricé. Después, humano, la curiosidad me pudo.
Fue en ese mismo momento cuando supe ciertamente que somos dueños de nuestro destino. Aquel otro papel estaba absolutamente en blanco.   

jueves, 11 de octubre de 2012

¿QUÉ PIENSAN LAS MUJERES?


Aquello era un disloque. Afu oma´. La gente llevaba hablando de la maldita fiesta más de mes y medio y por fin estábamos allí todos. Habían desaparecido por arte de magia los tabúes, los miedos,  los “se lo digo o no se lo digo…”, los reproches tipo “este e que e carahote…” o los “…es tonto desde que tiene babi…” y demás fierezas inmundas.  
Lo cierto es que la euforia desfasada, por extraordinarias cuotas de alcohol, armonizaba la fiesta cual cuarteto de cuerda. Lo de menos era la graduación. Todos llevábamos puesto a un inmenso perdedor dentro. No importaba, éramos felices. La noche era joven, uno era joven, las titis eran jóvenes…la noche era joven...¿qué más se puede pedir?
Con esto y con lo otro, que si parriba que si pa bajo, la cosa se puso estupenda, vamos de miedo. Cada cual recuerdo ponía en la pista sus mejores dotes de ligazón, que en el caso de los tíos como yo, eran normalmente dotes absolutamente patéticas. Bueno, lo que os cuento, que si esto que si lo otro, que si parriba que si pa bajo,  y que allí me vi yo…bailando, como esperaba, entre hermosas y atractivas hembras del diablo. Solo los dioses podían saber que pensaban en esos momentos. Yo me preguntaba seguramente: ¿qué piensan las mujeres?...
Todos, el que menos y el que más, nos conocíamos. Muchos días compartiendo cotidianidad. Pero aquella noche también sabíamos todos, que lo cotidiano daría paso a lo sorprendente y que las almas se soltarían del brazo y los “estatis quieto” no tendrían más importancia de la que tendrían.
Totá, que si parriba que si pa bajo, y tor mundo metiendo boquino donde quería, o más bien donde podía. Y tor mundo loco con las respuestas...las tías...afú omá. Y allí me veía yo. Entre hermosas y atractivas hembras del diablo…pero ná de ná…pa variá…
Me sentía un animal en celo. Era un animal en celo…
Ya por fin entraron los temas fuertes, los más coloquetas daban el pasito atrás y la selección cada vez era más preocupante. Yo… la mar de a gusto, pa´ que mentir…mu bien, mu bien, mu bien…la verdad…pa qué mentir...pero “nati que en el horno la encasqueti” y por supuesto "nati de filigrana de memoria"…pa variar…y la cosa que pasaba…
La gente…siete de la mañana…loca. Bailaba y se fluía ya más y mejor que el aire de la noche. Eran las 7 de la mañana!!!…ya vé…
En ese momento, un compañero en la misma preocupante situación que yo…un compañero,  al que durante años acribillábamos a crueles y esclarecedores motes  del tipo “pony”, “becerro” y demás, subió a la tarima principal del escenario, dónde muchos bailaban posesos de celo. Tomó el micro con excesiva confianza. En ese momentazo soltó, con entristecido, desvergonzado y a la vez desesperado tono de voz, la siguiente frase al vacío inmenso del infinito:
“joe…tan feo soy…tan feo soy…”
Muchos lo escucharon, muchos lo vieron, a otros muchos solo se lo contaron;  tantos otros fueron los que rieron a carcajadas entre el mamoneo…Pero esto sí, me consta que otros tantos muchos lo entendimos a fuego.

Era la  forma más sincera de decir…¿qué piensan las mujeres?




viernes, 5 de octubre de 2012

SIN TAPA NO HAY PARAISO

Después de avistar el amplio horizonte desde el puerto lo supe con trasparencia, no vendrían a por mí hasta pasado aquel terrible temporal. Finalmente fueron unas semanas. Armond ya me había hecho saber que un hombre como yo no tendría problemas en una ciudad como aquella.
Al principio aquella costa de Cádiz me pareció una cueva oscura pese a la amplitud de sus miras y su mar, un agujero profundo de donde jamás se podría escapar, una selva terriblemente poblada de altas sombras desconocidas e incontrolables. Los primeros días era un lugar escarchado, ruin y zafio. Las mañanas fueron corrigiendo a poco mi perspectiva. Y aunque se abría en mi mente la propia claridad de su cielo, cierta alegría superviviente y  vertederos de viveza propia de puertos, los adjetivos antes empleados no dejaban de estar mezclados con estos últimos en mi conciencia.
Al amanecer estudiaba, por matar el tiempo, algunos mapas que quedaron perdidos entre mi equipaje. Pronto conocí una vieja casa cerca del mar donde despachaban vino. Era un habitáculo oscuro, ruin y zafio, pero fue allí donde realmente se abrió la claridad de aquella costa atlántica a mis ojos.
Hombres como yo, solitarios, mataban allí su tiempo, o tal vez no, tal vez daban vida a sus ya acabados y monótonos días. Aquel vino amargo engañaba las inquietudes propias del ser. Primero las apartaba, luego las acogía con la ternura de una madre entre sus brazos, para finalmente tragarlas como se traga el vino, de una vez y sin remedio. Aquel lugar no dejaba de ser un perdido rincón del viejo mundo, sin más. No era el paraíso pero tampoco el fin de la tierra.
Cuando la hija de Ramón el tabernero salía de los fuegos, el paraíso parecía estar más cerca. Oliva era su nombre, no lo olvidaré, aún me gusta ese nombre desde entonces. Era una chica de paso atrevido, hermosa y morena como su nombre, de pelo ensortijado y vivo como el viento lo era sobre las calles de aquella pequeña ciudad. Sus ojos no miraban, brillaban una sola vez cuando salía a escena. Nos parecía al verla, que salía del mismísimo centro de la tierra. Oliva, precioso nombre que jamás tendré, daba con sus diminutos pies tantos pasos como vasos de vino descansaban sobre aquella tabla, y sobre cada uno de ellos, dejaba un trozo de paraíso en forma de queso.
Todos cada día esperábamos aquel ritual con verdadera paciencia. No sé si era por el hambre, por los andares de Oliva, por las moscas que acechaban nuestro vino o por la propia amargura de aquella uva, pero aquel queso en forma de tapa nos acercaba a la libertad, nos acercaba durante unos minutos al paraíso. Quizás solamente tapara durante unos segundos las inquietudes propias del ser. ¿Quién lo sabe?
Finalmente, tras unas semanas de espera, mi bandera llegó. Fue entonces cuando supe, que sin tapa no hay paraíso.