Amigo de lo ajeno, Cloto por encima de todo, robaba conversaciones. Cada vez con menos cautela y más experiencia, se fue haciendo dueño de otras vidas. Quizás la suya estuviera demasiado vacía, quién sabe.
Se sentaba, cual aparente lector incorregible, cada tarde con un libro distinto en el café “La Rueca”. Era obvio que no leía, era obvio que solo robaba conversaciones. Pero la obviedad a veces se disfraza y nos engaña, como también sé, que puede engañar la luz de una luna llena.
Yo, vacilaba con la idea de ser el único Sherlock que sabía de la estúpida y maleducada afición de Cloto. Yo que tan observador siempre he sido, yo, estúpido y maleducado, ingenuo y humano, me acerqué a aquel inquietante hombre que vestía siempre de negro y le dije confiado:
-“¿Qué lee?”, esperaba yo una temblorosa e infantil respuesta.
- “Leo vidas…, pero no me hagas preguntas que ya sabes…”, me respondió con voz profunda, como quien responde ante el juez supremo.
Entonces alargó su lánguido brazo y me dio un pequeño papel con mil pliegues. “Es tu vida”, me dijo, “mañana vendrás a verme…”.
Cuando en la soledad impenetrable de mi habitación tomé aquel diminuto papel, pude leer en él, por cada oscuro pliegue, frases que habían marcado mis días. Frases que nadie podía saber, palabras que solo mi alma sabía ubicar en mi corazón. Con cada pliegue me parecía volar en el tiempo y parecían renacer mis sentimientos más primigenios. Me pareció incluso, volver allí donde las viví. Me pareció incluso hasta olerlas.
La mañana siguiente en el café, Cloto se acercó a mí, antes de que yo mismo pudiera acercarme a él, evitando así cualquier abyecta súplica por mi parte. Como aquel que tiene hambre de palabras, me dijo muy concisamente: “Aquí está tu destino…no me volverás a ver”, entregándome de nuevo otro papel con otros mil pliegues.
Cuando en la soledad impenetrable de mi habitación tomé entre mis dedos aquel diminuto papel, primero me aterroricé. Después, humano, la curiosidad me pudo.
Fue en ese mismo momento cuando supe ciertamente que somos dueños de nuestro destino. Aquel otro papel estaba absolutamente en blanco.
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