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Zihuatanejo |
Muchos hombres mueren guardando la esperanza de descansar en el paraíso. Nosotros dos lo hicimos el 7 de noviembre de 1952.
La primera vez que me topé con “er Carli”, no pude más que pensar, que se trataba de un fruto inmaduro en el suelo. Me equivoqué. Pocos días después se había ganado, por mérito propio, la simpatía y el beneplácito de la mayoría de los chicos del penal. Pocos días después, la cárcel de Shawshank parecía su casa:
““Ande ve…ande ve…en!!...no me habei dejao ni un poquito de bayoneza!!!”, solía recriminar Carli a gritos a los chicos en el comedor. En realidad se encontraba más a gusto que un cochino en un charco y era sabedor de los muchos años que tendría que sobrevivir junto a ellos.
Los chicos lo pasaban muy bien con “Er Carli”. Reían con sus tremendas ocurrencias, gozaban de su ingenua juventud, y quedaban estupefactos con el uso del lenguaje que un chico de pueblo sureño podía llegar a hacer. En realidad su lenguaje era un ultraje a la razón, una ofensa al decoro, pero en el fondo era una pechá de reí horroroza, que diría él.
Para mí “Carli” fue un arcoíris justo en medio de la tormenta, una bocanada de esperanzas para mis sueños, una flecha que apuntaba al paraíso. Era justo lo que yo no era. Fresco, apuesto y descarado, con un indiscutible don de gentes, charlatán como pocos y empedernido contador de trolas. Yo sabía que su cara y su flequillo tenían ese no sé qué, capaz de embaucar al pontífice maximus de Roma, y a todo su séquito detrás.
Una mañana gris le confesé: “tengo un plan para fugarnos”. Lo había estado meditando y estudiando profundamente durante más de cinco años, hasta llegar a tenerlo interiorizado con todo lujo de detalles. Todo estaba trazado, todo era perfecto, y necesitaba a alguien fresco y optimista como “er Carli”. Antes que me dejara abrir la boca para contarle mi plan, me dijo seguro de sus palabras: “Er mío es mejón”. Solo llevaba encerrado dos meses escasos.
“Quillo, zaldremos a cuchará…lo he visto en una película gueníjima…”, me dijo ávido mientras sus ojos brillaban como el firmamento que jamás contemplé. La idea me pareció tan ridícula como deslumbrante sus ojos, pero continúo exponiéndome su plan: “nos jartamos de nozilla a cucharazo limpio…y despué nos zampamos un gorpe de kiwi de eze a zaco… Er tema e que nos vamos a cagá como las vaca de Roche viuda…y nos van a tene que mandá pa Puerto Rea por cojone…”. He de aclarar, que para “er Carli”, Puerto Rea era sinónimo de hospital. “En Puerto Rea me ligo a la médica, y amono que nos vamos con el tango…”
Créanme, me pareció tan ridículo, que me eché a reír a carcajadas. Mi risa contagió a la de “er Carli”, que creyó aún más si cabe en su plan de gastroenteritis aguda. Después de reír, nuestras miradas se clavaron intensamente como espadas en la arena. Y me dijo “totá… si zale mal, por lo meno nos queamos perita…”.
Fue entonces que me dije, ¿no es la vida quizás una simpleza que nos empeñamos torpes en enredar?, ¿no es todo el universo una inmensa y oscura casualidad?, ¿no es mejor dejarse llevar por unos ojos que brillan como el firmamento que por la razón?
Muchos hombres mueren guardando la esperanza de descansar en el paraíso. Nosotros dos lo hicimos el 7 de noviembre de 1952. Fue en Zihuatanejo.
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