martes, 11 de diciembre de 2012

LA MAFIA. PARTE V. JHONNY PENTANGELI Y LA GUARDIA REAL


Fachada de los dos pabellones.Aravaca

Numerosas son las vivencias que mi alma ha compartido con el mayor de los varones de la familia Pentangeli, pero la presencia de tantos carabinieris en estas últimas semanas, ha avivado a fuego en mi recuerdo una de ellas, que con placer os cuento en este relato.
En el mes de las flores del año 1.933, Jhonny Pentangeli y un servidor, respirábamos los aires libres de la capital del reino, Madrid. Allí se supone que ambos estudiábamos, pero eso solo era una verdad a medias, pues nunca vi a Jhonny alrededor de ningún texto escrito. Allí, más bien nos fraguábamos hacía los caminos insondables de la realidad, más bien nos forjábamos levemente hacia lo inesperado de un futuro incierto, más bien vivíamos reinados por la hermosa alborada de nuestra juventud.  
Jhonny, que por entonces era una llama de fuego, formó a su alrededor una panda muy peligrosa a su imagen y semejanza. Recuerdo, entre muchos, al temible Raffaello Vallina, más conocido como “Felo”, al temperamental Giussepe Guerreri, al martillito punzante Enmmanuel Manuelillo,  al indomable Miquele Bretoni, y al siempre cuerdo y señori Franchesco Verino. Juntos, haciendo oídos sordos a la ley y a los consejos del clero, permanentemente violaban la todavía vigente por entonces ley seca.    
Aquella mañana de primavera de un 14 de mayo, inmerecidamente, el heredero del reino, Felipe de Borbón y Grecia y Príncipe de Asturias, condecoraba a los antiguos alumnos de nuestra residencia por su supuesta dedicación, aplicación y entrega. Todos debíamos acudir al acto, y entre todos obviamente se encontraba Jhonny. Nuestra residencia, debido a la citada visita del heredero, sufrió, como nos habían avisado semanas antes, un impresionante dispositivo de vigilancia desde la tarde anterior. Numerosos guardias del reino peinaron la zona y decenas de francotiradores custodiaban desde las azoteas del edificio, todas las inmediaciones colindantes. Estábamos francamente cercados.
Nos habían avisado igualmente, que nuestras habitaciones debían ser inspeccionadas bien temprana la mañana, y por supuesto, antes de la llegada del heredero del reino al recinto. Perros polizia estrictamente adiestrados, harían dicha función, para lo cual debíamos abandonar nuestros aposentos sobre las 9:30 de la mañana. Y la hora llegó. Y mis temores se cumplieron.
Jhonny, y la mayoría de los citados del grupo, salieron de parranda la noche anterior. La noche, por aquellos maravillosos años 30, no eran noches si no morían con la luz del alba en las espaldas.
Nos ordenaron a las 9.30, como estaba establecido,  desalojar nuestras habitaciones. Todos los estudiantes, con disciplina militar, tomamos los corredores y pasillos del edificio en dirección al patio exterior, donde debíamos esperar pacientes que terminaran con los registros. Todos lo hicimos; todos menos Jhonny Pentangeli.
Jhonny destacaba por su profundo e inmundo dormir tras las escapadas de safari. Se puede decir que tras consumir alcohol y tumbarse en la cama, entraba en una dimensión desconocida para el ser humano.
 Los perros comenzaron con su función, todos esperábamos en el patio, pero la habitación 105 del pabellón 1 de aquel colegio de Aravaca, permanecía cerrada con llave. Jhonny yacía dentro.
Avisé pronto a uno de los miembros del clero de la situación inoportuna, puesto que mi habitación se encontraba justo frente a la de Jhonny. Aquel cura me ordenó nervioso:
-          Despiértelo Cieza!!!, despiértelo!!!
Subí, sabiendo lo inmensamente complejo que me resultaría dicha labor. Golpeé aquella puerta blanca de madera hueca hasta dañarme los nudillos. La golpeé con toda mi violencia. Los carabinieris con sus perros adiestrados ya rondaban la habitación con cierta incredulidad. Jhonny seguía, como yo esperaba, en otra dimensión sobrehumana.
Con las cejas bruñidas por lo raro de la situación, se acercó un robusto polizia con su nervioso can, justo hasta donde yo me encontraba.
-          “¡Qué coño pasa aquí!”, me dijo nervioso.
-          “Está dormido. ¡Y no se despertará!” Le dije con sumo respeto mirando hacia arriba.
-          “¡Aparte joder!”, me impuso con clarividencia.
La violencia de los brazos de aquel guardia real, evidentemente no era la mía, y comenzó a gritar, si cabe más nervioso que yo mismo:
-          ¡Abra!, ¡abra!, ¡abra o tiro la puerta! El perro contagiado por el nerviosismo de su compañero, empezó a ladrar como un animal.
En aquel momento Jhonny,  ajeno a la visita del joven monarca, abrió la puerta de su habitáculo en calzoncillos pelones, absolutamente dormido. El perro, fiel a sus principios, se abalanzó contra él de un solo impulso, haciéndole perder pie y desposeyéndolo, sin cuidado alguno, de la ultratumba en la que se veía inmerso Jhonny tras aquella interminable noche.
-          “¡¿Esto qué es joe?!”,  gritó Pentangeli.
En cuestión de segundos el olfato de aquel perro, pudo comprobar mejor que ningún otro ser, los mundos desconocidos de un joven estudiante en Madrid, y los entendió como inofensivos para la seguridad del heredero.
Jhonny finalmente despertó abandonando esa otra dimensión desconocida para cualquier humano. Quizás, esa otra dimensión donde se sueña, cual Hipnos, con alguna de las tres gracias.



               


 
  

   

       

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