martes, 26 de marzo de 2013

CAMPANO´S STORIES

Hay historias, que por estúpidas no se olvidan.
Disfrutábamos verde campo, verde cielo y el tesoro inmenso de una inquietante y verde juventud. No fue en Escocia, ya me hubiese gustado, fue en Campano. No fue en su venta, ya me hubiese gustado más aún; fue concretamente en su campo de golf. Pongamos, ya que estamos, era Semana Santa.
Por aquel entonces, mi pasión por el golf nacía. He de confesar que ha nacido tantas veces como ha muerto, aunque siempre resucita, I don´t know why.  Mi compañero de 9 hoyos por entonces era Mr. Watson, cuyo padre era socio del citado club. En la club house, reinaban las leyes latinas de otro viejo y golfo amigo conocido, que siempre me colaba de guatiné, y que por razones obvias oculto severamente su identidad: su nombre era Currito.
Corría la leyenda leyendosa, que María Jimenez tenía un chalet justo al margen derecho  de la estrecha calle del hoyo 6 (par 5). Había pasado por allí cientos de veces y nunca la vi. Pero aquel día algo extraño sucedió.
Mi partida seguramente iría como siempre: comercial tipo Nick Price o fatá der tó. Y llegamos al tee del hoyo 6. De Watson me resulta inolvidable su penetrante hierro 5, que inexperto entonces con las maderas, solía tomar en las salidas. Yo el hierro 5 de Watson, lo cambiaba por mi mítica madera 5, que nunca jamás me dio una satisfacción, pero que tanto adoraba.
Mi bola fue directa al margen derecho de la calle, reinada por un clásico slice porrillero. La bola pareció caer en el chalet de la famosa folclórica. Watson y yo fuimos en busca de la bola.
Cuando con paso firme, de golfero malo,  nos acercamos a la valla del viejo chalet, había un hombre de pelo cano regando plácidamente su jardín de gramón descuidado. La bola brillaba en medio de su verde. Él estaba de espaldas a la bola, a nosotros y al campo. Parecía no querer saber nada del resto del mundo, y mucho menos de dos panolis como nosotros.  
Se volvió tras mi llamada, y ¡coño!, ¡era “el estudiante”!. Watson y yo nos quedamos con la cara de pavo que se queda uno cuando ve a un famoso. De mala ostia, o eso me pareció a mí, fue a por mi bola a regañadientes, mientras en voz muy baja y para sí mismo, maldecía el golf y su mismísima puñetera madre. Su amabilidad le pudo y nos tiró la bola de vuelta por encima de la valla.
Pero aquello, el encontrarnos con el mítico “estudiante”, no podía quedar así. Y del alma me salió lo siguiente, justo tras devolvernos la bola:
-          ¡¡Graciaaaaa…Sancho Gracia…!!, cometiendo así un fatídico error, tan infantil como estúpido.  
Pepe Sancho, que en gloria esté, se cagó entonces en mi puñetera madre  a boca llena y muy de verdad. También lo hizo en la madre que parió el golf… con sus muertos y todo, y eso que por lo visto jugaba. Bien que hizo. 
   

martes, 19 de marzo de 2013

MARGARITA...MARGUEROT


Ignoraba yo que casi todo el mundo, alguna vez que otra en su historia, había compartido días y noches con algún “vecin@ feliz” en su bloque. Este no era mi caso hasta hace bien poco, bien lo sabe Dios.

Yo, acostumbrado a pasar mis días retirado del ruido de la ciudad, alejado de la muchedumbre que todo lo sabe y todo lo parla; yo, acostumbrado a convivir con el auxilio del sauce, el cantar del ruiseñor, la voz del lirio, el verde del limón y el calor de la tarde, hasta hace escasos días nunca había tenido ni sabido lo que era “una vecina feliz”.  Bien lo sabe Dios.
  
En el trascurso de la mañana la vi llegar con sus maletas. Venía a quedarse, venía sola. Hermosa como la juventud, lejana como el viento y desconocida como la revolución que nos esperaba, la saludé:

- “¡Hola!, que hay” – le dije (aunque quise decir, “soy tu vecino, pa´ lo que quieras…vivo justo arriba”)
-“Hola” – me dijo a secas (aunque quizás ella pensara, “el típico vecino pelmazo”)

La primera impresión fue de compasión. La sentí como un ser en penumbra. Me pregunté cómo un alma lejana había caído en aquel rincón del sur. Supuse que alguna razón de peso la había traído hasta aquí. Supuse que no duraría mucho.

Durante la semana parecía una margarita más del jardín. No se sentía, no se olía, casi no respiraba ni llamaba la atención. Pero el fin de semana llegó, y se deshojó la margarita.

Justo minutos antes de la media noche del sábado supe que ella no estaba sola. No era precisamente una conversación lo que rompía el silencio de la noche. Mi parienta extremadamente sorprendida me preguntó: “¿Qué son esos ruidos? “. Le di al “mute” del mando de la tele y de repente me pareció estar en medio de la selva más salvaje en la noche. Unos gritos animales que procedían de su garganta vecinal se hicieron con todo. Se hicieron con mi pequeño salón también. Sin lugar a dudas ella disfrutaba, aunque por la intensidad del rítmico golpeo en las paredes y por lo irracional del aullido, podría haber sido perfectamente una hiena enfurecida en plena lucha. El león compañero, quizás el famoso Grey, era algo más cauto que ella, que producía todo tipo de sonidos: graznidos semejantes al maullido de un gato, trompeteos de pava real asombrosamente graves y por momentos chillidos que parecían los de un niño pidiendo socorro. Subí el volumen de mi tele, pero fue inútil enmudecer aquel bárbaro, admirable, feroz y natural encuentro en la selva que se había convertido el apartamento de mi vecina.

No sé cómo sería el cortejo previo, pero el encuentro fue bien intenso como digo, ya que se produjo repetidamente en la oscuridad de la noche.

A la mañana siguiente de domingo, sobre las diez, bajé plácidamente las escaleras y allí me la encontré casualmente vestida. Lo primero que pensé irremediablemente con seguridad fue: “ole, ole, oleeee…”; después la saludé como si tal cosa:

-“Hola” –  a secas. Ella me respondió cordialmente con otro hola quizás más seco aún.

No sé lo que mi vecina pensaría en ese momento, pero mientras me cruzaba con ella, yo pude pensar lo siguiente: “que buena voz te ha dado Dios…”; también pude pensar “viva el nokia de la serpiente…”,  y seguramente eso de: “noches alegres…mañanas tristes”Pero no lo pensé, bien lo sabe Dios.

Solamente al mirarla pensé: "Margarita...Marguerot"




   


    

jueves, 14 de marzo de 2013

NESSUN DORMA


Después de un tiempo gris como el cielo gris, despertó. Echando la vista atrás, se habían consumido los días como si de noches se tratasen, y las noches pasadas ni siquiera habían añorado la luz del alba. La vida corría.
Floyd habitaba un tiempo y un espacio donde reinaba la melancolía, donde se respiraba el mismo aire que respiran las flores cuando duermen. Un tiempo lívido y cruel como el silencio cuando golpea, incapaz de acoger entre los brazos a nadie, y mucho menos a él. Habitaba un espacio perdido en su maleza, que no le pertenecía más que durante algunos instantes de inconsciencia febril. La vida corría sin sentido.
Sin pena ni gloria, ni gloria ni pena, Floyd deambulaba dormido por un territorio donde pocas cosas importaban en sí. Más que ser, en realidad era estar. Simplemente las cosas ocurrían o estaban, aparecían y desaparecían, y siempre (como todo aquello que no importa), se olvidaban. No había pena, no había gloria. La vida corría sin sentido hasta que despertó.

Un llanto desgarrador, tan inocente como limpio, tan puro como lejano y opuesto a este mundo, tan nuevo en su alma como desconocido en su noche… se apoderó de él. Le despertó en plena oscuridad y se apoderó de él.
Floyd pareció escapar de un sueño lejano e interminable aquella noche. Creyó entrar en un tiempo y un espacio  donde las cosas importaban en sí. No se trataba de estar, se trataba de ser. En realidad el cielo seguiría gris, pero pronto llegaría la primavera. Advirtió que el aire seguía teniendo ese tono de melancolía con el que respiran las flores cuando duermen, pero le resultó un decorado maravilloso para los sentidos. ¿Quién comprende un aroma? El tiempo ahora pareció trascurrir golpeando segundo a segundo.

Los días, bajo ese mismo aire, seguirían lívidos y crueles, pero serían ahora inolvidables, ¡por qué no!, ahora importarían.

-          ¡Qué nadie duerma!, se dijo.
  
Salió entonces al balcón de la noche, aquella misma que antes no añoraba el alba; y contagiado por aquel llanto desgarrador, inocente y limpio, lejano y opuesto a este mundo, pensó aquello de:                 
                                    
Dilegua, o notte!
Tramontane, stelle!
tramontane, stelle!
All´alba vincerò!
Vincerò! Vincerò!


                      (Que traducido resulta, “Floyd…no seas más Pink Floyd…”)