martes, 19 de marzo de 2013

MARGARITA...MARGUEROT


Ignoraba yo que casi todo el mundo, alguna vez que otra en su historia, había compartido días y noches con algún “vecin@ feliz” en su bloque. Este no era mi caso hasta hace bien poco, bien lo sabe Dios.

Yo, acostumbrado a pasar mis días retirado del ruido de la ciudad, alejado de la muchedumbre que todo lo sabe y todo lo parla; yo, acostumbrado a convivir con el auxilio del sauce, el cantar del ruiseñor, la voz del lirio, el verde del limón y el calor de la tarde, hasta hace escasos días nunca había tenido ni sabido lo que era “una vecina feliz”.  Bien lo sabe Dios.
  
En el trascurso de la mañana la vi llegar con sus maletas. Venía a quedarse, venía sola. Hermosa como la juventud, lejana como el viento y desconocida como la revolución que nos esperaba, la saludé:

- “¡Hola!, que hay” – le dije (aunque quise decir, “soy tu vecino, pa´ lo que quieras…vivo justo arriba”)
-“Hola” – me dijo a secas (aunque quizás ella pensara, “el típico vecino pelmazo”)

La primera impresión fue de compasión. La sentí como un ser en penumbra. Me pregunté cómo un alma lejana había caído en aquel rincón del sur. Supuse que alguna razón de peso la había traído hasta aquí. Supuse que no duraría mucho.

Durante la semana parecía una margarita más del jardín. No se sentía, no se olía, casi no respiraba ni llamaba la atención. Pero el fin de semana llegó, y se deshojó la margarita.

Justo minutos antes de la media noche del sábado supe que ella no estaba sola. No era precisamente una conversación lo que rompía el silencio de la noche. Mi parienta extremadamente sorprendida me preguntó: “¿Qué son esos ruidos? “. Le di al “mute” del mando de la tele y de repente me pareció estar en medio de la selva más salvaje en la noche. Unos gritos animales que procedían de su garganta vecinal se hicieron con todo. Se hicieron con mi pequeño salón también. Sin lugar a dudas ella disfrutaba, aunque por la intensidad del rítmico golpeo en las paredes y por lo irracional del aullido, podría haber sido perfectamente una hiena enfurecida en plena lucha. El león compañero, quizás el famoso Grey, era algo más cauto que ella, que producía todo tipo de sonidos: graznidos semejantes al maullido de un gato, trompeteos de pava real asombrosamente graves y por momentos chillidos que parecían los de un niño pidiendo socorro. Subí el volumen de mi tele, pero fue inútil enmudecer aquel bárbaro, admirable, feroz y natural encuentro en la selva que se había convertido el apartamento de mi vecina.

No sé cómo sería el cortejo previo, pero el encuentro fue bien intenso como digo, ya que se produjo repetidamente en la oscuridad de la noche.

A la mañana siguiente de domingo, sobre las diez, bajé plácidamente las escaleras y allí me la encontré casualmente vestida. Lo primero que pensé irremediablemente con seguridad fue: “ole, ole, oleeee…”; después la saludé como si tal cosa:

-“Hola” –  a secas. Ella me respondió cordialmente con otro hola quizás más seco aún.

No sé lo que mi vecina pensaría en ese momento, pero mientras me cruzaba con ella, yo pude pensar lo siguiente: “que buena voz te ha dado Dios…”; también pude pensar “viva el nokia de la serpiente…”,  y seguramente eso de: “noches alegres…mañanas tristes”Pero no lo pensé, bien lo sabe Dios.

Solamente al mirarla pensé: "Margarita...Marguerot"




   


    

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