jueves, 23 de mayo de 2013

PROFUNDIDADES MARINAS

Ejemplares con los que solíamos cantar: "ole, ole, ole..."
Si comparara la vida con un pequeño jardín, probablemente yo sería no más que un arbusto de hojas manchadas de blanco relleno, a veces bello, la mayoría desapercibido. Mi suerte sería la de estar siempre rodeado de otros árboles, de otras plantas, de flores y frutos, de aromas y raíces, de otros, que son mis amigos y familia. En ese pequeño jardín en el que vivo, mi amigo Raffaello sería como un claro y hermoso limonero, que siempre crece vital en busca de luz, siempre dando sombra, siempre ahí donde todos quieren, verde y limón, hermoso limonero.

Con Raffaello, hombre listo como un rayo, vendedor de lo vendible y no vendible, de buen lance en el comer y sobresaliente en el beber, he vivido no sé cuántas estaciones. Ahora que entra el veranito, quisiera recordar una historia de profundidades marinas, de brumas y tormentas.
      
Raffaello siempre desde muy pequeño (y aún ahora me atrevería a decir), mostró rarezas y costumbres propias de otras edades. Se hizo, por ejemplo, “radioaficionado” mientras todos a su edad manejaban un patín o surfeaban; conducía, desde muy joven, viejos Mercedes Benz de escaso roneo para las féminas de la época.  Los inviernos los pasaba “rascando el micro” o “reponiendo”, siempre entre carcasas y fotolitos.

Mientras aquel verano para todos era sol y playa, para él era “empatillar” y “coreanas”.

Muy influenciado desde siempre por su querido padre, al que todos terminamos llamando cariñosamente Fae, utilizaba ciertas expresiones y actuaba de una forma, que solo podía provenir del baqueteo callejero de nuestra vieja capital. Debido a esto, mi vocabulario y mi mente, no pudo más que crecer desordenadamente.

Raffaello, vendedor de lo vendible e invendible como digo, siempre nos llevaba a su terreno. Aquella magnífica noche de verano, estrellada e inolvidable, nos embarcamos en el “Bruma” (bote de unos 10 pies de eslora), en busca de la mojarra. Embarcamos Bono, Raffaello, Fae y un servidor. Para mí era como partir al nuevo mundo, como adentrarnos en los océanos más desconocidos, una partida al azar, un lanzar la moneda; aunque en realidad no íbamos más allá del “caño Chanarro”.

Bono y yo, éramos unos perfectos y novatos marineros para el capitán general Fae, éramos manejables y discretos; su hijo Raffaello, teniente del navío, solía calentarle el ciruelo, olvidando que su padre era capitán y patrón de la embarcación. Solían discutir posicionamientos, estrategias, travesías, mercancías, empleo del material de abordo, coreanas o de canutillo, y un largo etcétera. Bono y yo sin embargo, teníamos muy claro aquello de donde manda patrón…

El embarque ya fue un espectáculo. Fae trajo una tele en miniatura (hablo de 1923), para ver un combate de boxeo que daban esa noche estrellada. Finalmente, como muchos otros inventos suyos, encerraba ciertos problemas técnicos que impidió aquella retransmisión nocturna a bordo. Pero la verdadera novedad tecnológica aquella noche era un “sonda” de pesca (hablo de 1923), que nos marcaba profundidades y por supuesto dibujaba ilusionantes bancos de peces a nuestros pies.

La noche empezó, como empiezan y terminan casi todas las noches de pesca, como el culo. Eso sí, de comer y beber hasta la colcha. De reír y chalar lo que más. El teniente del navío Rafaello era marino poco aventurero, amante de las aguas conocidas y cercanas, casi orillero diría yo, miedoso dirían otros, respetuoso a la mar diría él.  Fae padre, cansado de tinto y casera, y harto de no coger nada, decidió adentrarse en aguas y caños desconocidos, guiado por su fantástico sonda, en busca de la ansiada mojarra.

-          -Recoge el resón…”, ordenó decidido Fae con ese tono suyo tan peculiar. “Aquí no hay pescao…”

-          -“¿Dónde vamos?”, preguntó su hijo inquieto.

-          -“Yo que sé Fali…a ver si cogemos argo...”.

Bono y yo callábamos, pero a Raffaello aquello le hizo poca gracia, ¿no saber hacia dónde íbamos?...todo un peligro desventurado. El capitán Fae, ordenó a su hijo que le fuera indicando la profundidad marcada por el famoso sonda; aunque se fiaba claramente más por su intuición y conocimientos marineros que por el moderno aparato.

De esa forma, partimos de madrugada hacia las confluencias de cientos de caños que se entrelazan en aquel sobrecogedor rincón del atlántico, cercano al jardín de las hespérides, donde el paisaje despliega una magnificencia extraordinaria.

-          -“Esto marca 2 metros de profundidad papá…”. Avisó Raffaello desde su desconfianza.

El capitán Fae pasó totalmente del aviso. El silencio se hizo. Pasado unos segundos volvió a cantar:

-          -“Esto marca 1 metro…”, esta vez su voz ya estaba irritada.

Fae seguía a la suyo, en silencio absoluto, posiblemente hasta los mismísimos de su primogénito.

-          -"¡Cero cinco…papaaaá!, cero tres, cero dos….papaaaaaá…!!!"

Fae calló…entonces un ruido ensordecedor nos invadió los pies: gouuuuuuuuuuooooo.

-          -"¡¡¡¡Fali hemos encallao!!!!", gritó Fae, en ese mismo tono suyo tan peculiar.

Bono y yo nos fuimos rápidamente a proa, para hacer contrapeso ordenados por el capitán, allí nos partimos literalmente en dos de risa…A Raffaello le toco mojarse entero en plena madrugada para sacar nuestra pequeña embarcación a flote ordenado por su admirado padre y patrón del "Bruma".

Y es que ya se sabe, donde manda patrón no manda marinero…ni teniente…ni lugarteniente…



  
   


jueves, 9 de mayo de 2013

EL FRAUDE


Últimamente son muchas las veces que me viene a la memoria la historia del soldado  Kyu. Se trata de una vieja historia que en cierta ocasión me leyeron y que, aunque no dice mucho, os cuento. Trataré de trasmitirla tal cual la recuerdo; trataré de deshacerme fielmente de ella sin hacerlo:


Como una corriente helada, así sintió Kyu el proyectil que alcanzaba su arteria femoral.  El destrozo a vista de trinchera no pareció gran cosa, pero lo era. Inclinó la mirada hacia su horizonte y en aquel limpio instante, algo, como traído de esa otra parte, transformó todo en su mente.

Su corazón empezó a correr de prisa. No cesaba en el empeño. Las balas seguían peinando su cabeza oriental. El estruendo general no callaba. Aquel trozo de tierra que defendía volaba  por los aires. Sin embargo a Kyu todo ese momento a su alrededor, le pareció absolutamente bello.

¿Qué pasó? No lo sé. Todo cobraba ahora sentido y su corazón cansado no cesaba de bombear.

Como en una visión divina se imagino libre en todos aquellos lugares que tanto había soñado. Lugares del ancho mundo que no conocía, y que por tanto, no existían. Imagino dos naranjos y una encina verde, los imaginó dentro de un patio blanquecino. Le pareció estar desnudo entre praderas tendidas de trigo. Se imaginó prendado como una antorcha iluminada sobre mares profundos. Dulcemente, se reconoció feliz junto a una mujer serena, ambos, juntos como digo, bebiendo  de una misma fuente clara. Encontró en el aire que respiraba, finura plena de gracia, dicha. Allí se sintió ángel de libertad sin cabida de venganza. Y conoció y entendió con desconocida generosidad, casi de repente, todos aquellos principios opuestos a sus propias creencias, leyes y costumbres. Respiró.

Kyu encontró en ese momento la belleza en el hombre, y lo hizo paradójicamente enterrado en aquella trinchera olvidada y perdida. Se sintió pleno, se sintió vacío al completo, se sintió en absoluta libertad. Si se puede decir, se sintió feliz. Las tonalidades habían cobrado todo su sentido; cobraron el sentido que nunca antes tuvieron.

Kyu resolvió con fuerza su duda, y dijo en voz baja a nadie: “La vida no es un fraude”. Lo dijo   en total armonía, como si no procediera su voz de su cuerpo. Su corazón siguió empeñado en no cesar, y no lo hizo. Entonces, el soldado Kyu, más vivo que nunca, perdió el conocimiento.

Fueron siete los caballos que pisaron su cuerpo. Fueron siete los sapos verdes que saltaron.  Fue entonces su corazón cansado y libre…



Así termina la historia del soldado Kyu. ¿Qué pasó?, no lo sé. Menudo fraude, ¿no?