Últimamente son muchas las veces que me viene a la memoria la historia del soldado Kyu. Se trata de una vieja historia que en cierta ocasión me leyeron y que, aunque no dice mucho, os cuento. Trataré de trasmitirla tal cual la recuerdo; trataré de deshacerme fielmente de ella sin hacerlo:
Como una corriente helada, así sintió Kyu el proyectil que alcanzaba su arteria femoral. El destrozo a vista de trinchera no pareció gran cosa, pero lo era. Inclinó la mirada hacia su horizonte y en aquel limpio instante, algo, como traído de esa otra parte, transformó todo en su mente.
Su corazón empezó a correr de prisa. No cesaba en el empeño. Las balas seguían peinando su cabeza oriental. El estruendo general no callaba. Aquel trozo de tierra que defendía volaba por los aires. Sin embargo a Kyu todo ese momento a su alrededor, le pareció absolutamente bello.
¿Qué pasó? No lo sé. Todo cobraba ahora sentido y su corazón cansado no cesaba de bombear.
Como en una visión divina se imagino libre en todos aquellos lugares que tanto había soñado. Lugares del ancho mundo que no conocía, y que por tanto, no existían. Imagino dos naranjos y una encina verde, los imaginó dentro de un patio blanquecino. Le pareció estar desnudo entre praderas tendidas de trigo. Se imaginó prendado como una antorcha iluminada sobre mares profundos. Dulcemente, se reconoció feliz junto a una mujer serena, ambos, juntos como digo, bebiendo de una misma fuente clara. Encontró en el aire que respiraba, finura plena de gracia, dicha. Allí se sintió ángel de libertad sin cabida de venganza. Y conoció y entendió con desconocida generosidad, casi de repente, todos aquellos principios opuestos a sus propias creencias, leyes y costumbres. Respiró.
Kyu encontró en ese momento la belleza en el hombre, y lo hizo paradójicamente enterrado en aquella trinchera olvidada y perdida. Se sintió pleno, se sintió vacío al completo, se sintió en absoluta libertad. Si se puede decir, se sintió feliz. Las tonalidades habían cobrado todo su sentido; cobraron el sentido que nunca antes tuvieron.
Kyu resolvió con fuerza su duda, y dijo en voz baja a nadie: “La vida no es un fraude”. Lo dijo en total armonía, como si no procediera su voz de su cuerpo. Su corazón siguió empeñado en no cesar, y no lo hizo. Entonces, el soldado Kyu, más vivo que nunca, perdió el conocimiento.
Fueron siete los caballos que pisaron su cuerpo. Fueron siete los sapos verdes que saltaron. Fue entonces su corazón cansado y libre…
Así termina la historia del soldado Kyu. ¿Qué pasó?, no lo sé. Menudo fraude, ¿no?
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