martes, 9 de julio de 2013

LA SELVA NEGRA

Adela tenía la estúpida e ingenua costumbre de intentar ser diferente y genuina como forma de vida, una costumbre por cierto tristemente muy extendida en nuestros días. Supongo que lo cotidiano le asqueaba, lo simple le repelía y lo mundano y conocido destemplaba profundamente su flequillo ignorante e infantiloide.

No se trataba de ir a la última, de ir a hombros de lo más vanguardista, de ser la más cool…no, que va…, se trataba de hacer todo aquello que “no pertenecía”. No era una rebelde sin causa, quería serlo, que es absolutamente distinto.

El caso es que Adela ya no tenía veinte años, sino el doble, y el caso es que era verano. En verano todo el mundo parece necesitar un chapuzón exfoliante de rutina en el océano; pero Adela había pensado que este verano, porque sí, le apetecía conocer la frondosidad de los interminables abetos de La Selva Negra, y patear sus soñados senderos sombríos para terminar de morir sumergida en uno de sus inmensos lagos abiertos. La verdad es que lo imaginado en su cabeza sonaba muy bien.

Pero para  su querido amado Arthur (Arturo para su padre y su madre, Arthur para Adela), La Selva Negra resultaba un poco rollo, y más en verano. Arthur era más convencional, y la idea de una playita, un chiringuito, un vámonos que nos vamos con el tango…y una cervecita “bien fría”, le ponía mucho más.

Arthur, conocedor de sus virtudes, convenció en aquella templada noche metropolitana, de ventanales abiertos y sol rendido al otro lado del mundo, que la mejor opción de ese caluroso verano era el océano. Convenció a Adela que los caminos del océano son infinitos, mucho más que los senderos de un bosque sombrío, y que un solo sorbo de agua salada te puede  trasportar a cualquier orilla de la mente. Comentó que los caminos modernos no siempre producen los efectos pintorescos que la  imaginación ilusa sueña, y que en lo cotidiano de un mar de espuma, además de domingueros de barriga curtida y aliento avinagrado, se encuentra la mayor amplitud que un ser humano puede divisar ante sí: la mar.

Tras el rollaso de Arthur (Arturo para su padre y su madre), Adela no pudo decir que no, aunque en su interior seguía soñando con aquel lago idílico rodeada de asientos de piedra. Pero finalmente aceptó.

Decidida a poner un toque distinto a su mar, quiso ella que no fuese mar su playa, sino océano, tal y como el pirata de Arthur había soñado aquella noche inspirada. Esta vez sería el desconocido y  lejano océano Atlántico, y más en concreto la vieja esquina de Gades y sus alrededores.

Se bajó del coche tras el largo viaje, y su blanco sombrero from California llegó en un segundo donde ya no pudo recuperarlo…

-“Levante…”, escuchó de lejos a un paisano.

Durante más de diez días dominó aquel territorio el más genuino de los vientos de la zona…pa´ que…


Desde aquel día Arthur pasó a ser Arturito para Adela…

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