Voy a proseguir con inmensa fortuna, después de un largo estío, con mis cortos e insípidos relatos. Os dejo, ahora que sigo haciéndome cada segundo más viejo, con la historia del joven Underwood, que tanto llamó mi atención:
Hermosa y atrevida es la juventud, fugaz y florida, una y no más; así es la juventud y así la sentía Underwood en su vientre, mientras observaba un solo horizonte lejano en el mar desde tierra.
Los tres mástiles desplegaban sutiles rayos de limpia y blanca claridad azul en el Mayflower, y soplaba brisa, ahora sí, de nuevos vientos y extraños mundos dentro de su alma. Volaba una llamada entre las velas, o más bien latía. David Underwood, recién cumplidos los catorce años de edad, inexplicablemente sentía como su fuego se rociaba de calma observando el único horizonte que conocía: el horizonte del mar en el puerto de Southampton.
¿Qué valor tendría la existencia, si abandonaba los latidos que golpeaban su corazón?, ¿qué fuerza podría impedirle embarcar?, qué importaba este mundo sin encontrar respuestas del suyo propio. Underwood sentía que su paz estaba en busca de ese horizonte lejano, bello y azul. Nada más.
Tras varias semanas de sufrida navegación e interminables contratiempos, cada tarde el joven Underwood, descansaba en lo más alto del palo de mesana. Su libertad lucía resplandor en aquel inmenso horizonte que contemplaba, que ya no era uno solo y lejano, eran cientos dentro de la nave. El joven Underwood conoció la más absoluta de las libertades encima de aquel palo rodeado de mar calma.

La juventud no se arma de cuestiones, no teme por el futuro, no busca una falsa seguridad mundana, no espera, no se viste de apariencia, no miente, no valora; simplemente se vive como se muere. El joven Underwood sabía, que tras un imposible, su corazón latía junto al inmenso océano, y decidió volver a él.
Curiosamente los profundos ojos negros de una mujer que nunca conocería, se clavaron en su pecho el mismo día que zarparon de vuelta al viejo reino. Encontró sin duda, un motivo.
De vuelta como digo, en el Mayflower, de nuevo los horizontes y el zumbido inquieto, belleza pura y libertad, hilo conductor, pulso en las muñecas…eterna juventud. No había preguntas, tampoco pues respuestas.
Fue en una mañana de 1.621 cuando el joven Underwood, rodeado de todos los horizontes azules imaginables, cayó en el silencio del mar desde el alto palo de mesana. Allí, en uno de sus horizontes soñados, quedó en calma su juventud para siempre.
Me pregunto yo: ¿cayó o se lanzó?, pero esto a quién le puede importar ahora.
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